Una última vez (relato)

viernes, 14 de noviembre de 2008

Cuando alcé la vista, en la habitación oscura, supe que sería la última vez que te vería, y supe que tu no lo sabías, pues a simple vista las últimas veces son bastante iguales a todas las anteriores. Sólo a posteriori, con gran esfuerzo imaginario, podemos apreciar esos matices que las vuelven distintas.

Pero yo estaba herido de muerte. Y las heridas de muerte, además de la muerte, traen consigo una hilera de últimas veces, una soga de últimas veces que mientras te constriñe el cuello te otorga el talento secreto de ver la horca. De reconocerlas a veces.

Es curioso como podemos distinguir las primeras veces y no las últimas. Quizás porque primero sea la vida y último sea la muerte. El caso es que todos hemos sentido ese hormigueo de elefantes en lugar de hormigas que lucha por salir a la superficie, primero a través de nuestro cuerpo, después a través de todas las cosas. Y parece que todo temblase y bailase al son de ese terremoto risueño, parece que unas cosas fuesen a desbordarse sobre las otras, parece que estamos en un todo indistinto hecho de un líquido de olas hermosas. Y sentimos el abrazo antes de haberlo dado, y el beso antes de haberlo robado. Toda sensación se dilata así. En el tiempo y en el espacio. A veces sólo un poco... otras en cambio no se olvidan nunca. Adelante y atrás, adelante y atrás. Al ritmo de una marea sincronizada con cada racimo de aire que tomamos. Eso son más o menos, las primeras veces.

Todo lo contrario que las últimas, en las que todo está requieto, como hecho de piezas muertas formadas de elementos metálicos. Puede sentirse el retumbar de las cosas, no en los oídos, no como un eco... más como un rechazo. Tocar ya no es tocar, porque ya no se está tocando del todo. Se está un poco en despedida. Con los ojos ya mirando lo que verán desde entonces. No puedes del todo volver, porque aún no te has ido del todo. Pero ya no estás, porque las últimas veces son las definitivas.

Y cuando alcé la vista lo supe. Tu estabas sentada al borde de la cama, demasiado al borde, tan al borde que dudé si ya te habrías ido del todo. Alcé la mano y te sujeté la muñeca, y te diste la vuelta con una sonrisa de alguien que yo ya no conocía. Nos dimos un beso, más corto que el contacto torpe y gastado de nuestros labios. Te levantaste y fuiste andando descalza hasta el baño. Y recuerdo aquél sonido de tus pasos contra el parqué de caoba y el cambio al pasar al piso de azulejo del baño, y el sonido de la ducha. En ese momento estuve seguro. Porque no podía ya distinguir el sonido que escuchaba y el que ya estaba recordando.

Por primera vez me arrepentí de todo lo que no había hecho. De todas los caminos que no había tomado, como hacen los viejos. Era, para mí, la seña diáfana de que estaba acabado. La medida irrefutable de lo que me pesaba tu pérdida. Con ese peso de las pérdidas que empuja hacia arriba, mientras en el pecho algo se hunde hacia abajo. Creo que lloré, pero no estoy muy seguro. Porque nunca había estado menos en mi cuerpo. Si bien es cierto que después he estado menos aún de lo que aquella vez estuve.

Volviste vestida y recuerdo... recuerdo que el color de tus ojos parecía más fuerte. Pensé que ahí dentro algo se revelaba, algo luchaba por que me acordase de tus ojos. Algo dentro de tus ojos que me abrazaba, haciéndolos brillar más fuerte y más azules que nunca. O quizás siempre habían sido de esa forma, y hube de esperar a perderlos para darme cuenta y echarlos de menos. Porque en ese momento ya no los tenía del todo.

Quién sabe. Tus ojos eclipsaron tus palabras. Sonreías distraída, como si la sonrisa no fuera para mí y fuese para otro que yo no veía. Supongo que sería parte de alguna rutina. Que irías a algún sitio al que solías ir, a la hora convenida de todos los días. Quizás un trabajo, o un amante con coartada. No lo recuerdo, así que no es importante. Lo importante es que te ibas. Y yo sabía que sería la última vez que iba a verte. Y no dije nada. Podía haberte dicho cualquier cosa, para que te fueses pensando en mí mientras te marchabas. Se me daba bien decirte cosas bonitas. No tengo mérito, siempre me lo pusiste tan fácil, con esa cara de ángel y ese cuerpo de leona. Y cualquier cosa habría bastado para asegurarme de que no pensabas en esa otra cosa a la que sonreías en la habitación. Que pensabas en mí mientras te morías.

Me habría conformado con haberte dicho te quiero. Casi no te lo decía. Todas esas mujeres idiotas me quitaron la costumbre. Y fuiste a la que menos se lo dije de todas. El ardor de la garganta, el saltar de las lágrimas... y tú que me preguntabas si temblaba de frío. Sin suponer siquiera que temblaba de contención de un te quiero.

¿Te acuerdas de esa gitana que no supo leerte el futuro? Ahora puedo ver que estabas asustada, tú que creías en todas esas cosas de las estrellas y eras tan sensible para los significados ocultos. Y entonces ni siquiera me di cuenta. Me pregunto cuán muertas deben estar esos otros seres, esas gitanas cubiertas de misterio que pueden ver el futuro. Porque qué es el futuro más que una sucesión de otras veces. Y qué son otras veces, más que aquellas que podrían ser las últimas.

Ya nada importa. Tú estás aquí enterrada y ni siquiera puedes oirme. Nada de esto debería haber pasado, habríamos sido felices. ¡Me escuchas, maldita zorra, habríamos sido felices! ¿Acaso no lo éramos? El otro también está muerto, pero supongo que te da igual. Supongo que no le querías, siempre fuiste un poco de esas que hacen las cosas porque son divertidas. Por romper la rutina. Sin importarte el daño que me hacías. Pero yo gano. Porque como decía mi madre, los auténticos golpes no son los que te joden, sino los que te dejan jodida. Descansa en paz, allá donde estés. Si puedes verme, sabrás que esta es la última vez que vengo a llorar a tu tumba.

6 garabatos:

Chema dijo...

Siento que quepa una semana entera entre cuando digo que voy a hacer algo y cuando lo hago. Pero lo único que me sale es basura autocomplaciente, rollo ensayo y esas cosas.

"Qué quieres que le haga Johnny, si quiere nacer niña, no puedo inventarle la polla"

Pues eso...

Pero me esfuerzo, vale? :)

(Este blog no es partícipe ni se hace responsable de las opiniones machistas de Johnny ni de sus ganas de jugar al baseball con su hijo).

(Sí, Johnny es americano, de Detroit, Michigan, sede del condado de Wayne, para más señas)

100 grados y 21 gramos dijo...

dime que ella no existe nada más que en tu imaginación. Porque de no ser así, sería una historia claramente jodida (interprétese "jodida" por rota).

Saludos

Chema dijo...

Valoro el comentario como algo positivo. Como un reconocimiento a mi pequeña aproximación literaria a la psicopatía. Un poco bastante tramposa, todo hay que decirlo.

Ella no existe. Ni siquiera en mi imaginación.

(Soy incapaz de matar, siquiera a personajes imaginarios. Imagínate el drama, se van acumulando...)

Anónimo dijo...

Por el retraso no pasa nada... si es por entradas como estas... la espera merece la pena, aunque la verdad es que me ha dejado muy mal cuerpo, pero eso es que me ha llegado...es que es muy muy muy triste...La próxima vez, algo que nos alegre el día, algo más postivo!xD.

Pero esto está muy bien, desde hoy está entre mis entradas preferidas.
Saludos!!

100 grados y 21 gramos dijo...

Ves? ya se respira por aquí mejor.
Mis comentarios siempre en positivo, "preocúpate" cuando no los deje (negativo).

Me doy cuenta que yo tengo una falta, de imaginación, gran falta.

Bismark Estrada dijo...

Ese final esta fregon...

Ya veo que igual es por el aura que traes... si a mi tambien me pasa cargar con muertos...

Pero tu prosa es mucho mas rica y tu final mucho mas pulido que lo mio... Eso no viene a cuento claro esta.

La neta me gusta mucho este relato, sobre todo el final... aun me falta por leerte, pero este tenia que comentarlo antes de seguir con la serie...

Saludos...

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