Reflexiones en la sala de espera del infierno

jueves, 18 de diciembre de 2008

Le dijo que volvería en seguida. A las cuatro y doce minutos, se lo dijo, mientras la tarde de verano se colaba implacable por la ventana entornada. En olas que pensó estarían acariciando el límite de la invisibilidad. Como cuando escuchas el mar tras unas rocas. Se distrajo largo, esperando el infinitesimal de densidad necesario para que se apareciese. Un océano de sudor bañándole el cuerpo. Pero cada infinitesimal contiene al menos un infinito, y no vio nada.

La cortina bailaba el infierno y en cambio la sábana que envolvía su cuerpo olía a paraíso. Al sexo que se había quedado a vivir sobre ella, como se queda a vivir en todas las cosas. Tenía suerte, el sexo, viajante de cuerpos de gente que no se conoce. Siempre tan bienvenido. En su nombre se dan los primeros saludos, las primeras sonrisas de los bares. Aunque muchos no se atrevan a reconocérselo, necesitan esa medicina de Dios contra la individualidad.

Se levantó y fue hacia la neverita que ella le había señalado. "Ahí hay cerveza". Agarró una, y mientras su cuerpo regresaba al alcohol aprovechó para preguntarse cuánto sería enseguida para esa mujer sin nombre. La experiencia le decía que más que para un hombre, sobre todo si impaciente. Calculó minuto y medio de enseguida común más veinte minutos de enseguida femenino con diez minutos extra de acabo de conocerte. Las cuentas en este punto se complicaban en variantes desconocidas: estado de ánimo, opinión sobre el individuo, causante de la salida. Tardó en resolver la ecuación, ayudado por estimadores insesgados como las dos horas del hola a la cama o el que nunca hubiesen discutido.

El cálculo quedó en cuarenta y nueve minutos, de los cuales veintiuno ya se habían marchado. No se le ocurría qué hacer con su cerveza ya vacía, su móvil sin batería, la soledad y los veintiocho minutos restantes. Había una televisión en el cuarto, pero la idea de pensar una cosa de manera simultánea a millones de personas le aterraba. Realmente deseaba marcharse, pero no quería que la muchacha pensase que no había valido para él siquiera un enseguida.

Agitó el paquete de lucky olvidado sobre la mesilla de noche. Aún quedaban algunos. Se acodó sobre el alfeizar de la ventana y colocó uno entre los labios. No tenía fuego, pero estar así le recordaba cuando aún era un crío y fumaba. Y aquellas victorias sobre otros alféizares que se mezclaban con el de ahora. Rememoró las palabras de su barman de cabecera, que tantas veces le había llevado a casa:

"Para ganarte una mujer solo tenés que beber con ella. Pero beber, beber hasta el naufragio. Cuando despertés el amanecer ya estará de tu parte. Convidala al desayuno. Y si ella te gusta realmente, convidala además, en alguno de los años siguientes, a que se case con vos".

Había seguido el consejo. Prendió el siguiente con el pucho imaginario del anterior mientras trataba de recordar qué coño hacía entre esas cuatro paredes. Supuso que le gustaba perder cosas, sentarse a la orilla de todo. Y una vez allí, pese a que ni él ni la pena lo mereciese, volver. O marcharse. Esta vez, pensó, volvería. Se pondría la ropa y saldría de ese infierno de culpa. Y nunca más se marcharía de ella. Y todo estaría bien. Pese al frío. Un frío que sí podía verse.

Abrió la puerta. Allí estaba la desconocida sin nombre, que sentía haber tardado tanto. Miró el reloj, cuarenta y siete minutos, en realidad llegaba pronto. La besó. Y sobre el suelo, paulatinamente, los cuarenta y siete minutos se fueron perdiendo entre los minutos siguientes, entre las olas de calor invisible, entre los gemidos del sexo que se había quedado a vivir sobre todas las cosas. Y nadie volvería nunca a saber una mierda de ellos.

5 garabatos:

Meryone dijo...

buen cálculo de enseguida

y buen relato

aunque, o bien eres del otro lado del atlántico, o bien no es tuyo...

beso

Chema dijo...

Lo de los puchos es un rip-off de Cortázar, pero es una frase homenaje no más, jajaja. Y el barman es argento.

Además, soy partidario de robarles lingüísticamente todo lo que nos sea posible a esos locos del otro lado del océano.

Gracias por el que es de lejos mi piropo favorito: "no es tuyo", y por el tiempo de lectura :)

¡Un beso!

Doxa Grey dijo...

Me tenía por lectora crítica y mordaz, pero me ha gustado mucho el relato y no encuentro nada que despellejar (tómatelo, desconocido, como un halago). Sorprende. Un saludo, sigue así. Leeré tu blog con más atención ;)

S.C. dijo...

"En su nombre se dan los primeros saludos, las primeras sonrisas de los bares"
Ya te digo, jajjajaj.
Mola.
Un saludo Chema.

Chema dijo...

Bueno, me lo tomo como un halago y como una amenaza. Tendré miedo a los eventuales comentarios de las futuras entradas... :)

S.C, yo al menos no le sonrío a cualquiera, ni modo, soy del fascio de la carne, jajajaja, quién no, demonio, quién no, así son los bares.

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