me hablaron de dominar
el mundo, me dijeron
que yo era inteligente
tenía que abrigarme mucho
porque, como cualquier catarro,
lo primero que ataca el amor
son los pulmones
y yo que prefería contagiarme,
sentir uno tras otro cada síntoma,
soñar constanemente cada fiebre,
chupar todo lo que amaba,
morder lo que no quería que se fuese,
aspirar como cualquier otro niño
al calor que prometían las cerillas
lloré hasta purgar todo el aire
y convertirme en un organismo
decadente, un parásito del dolor
que transpira a través de todos
los abrazos, un coronel que lanza
sus pájaros rojos en un ataque
frontal por latido que no deja
ninguno en retaguardia, un rebelde
sin otro dominio que el mundo
que gira dentro de su boca
un enfermo que desecha
la eutanasia, una agonía
de sustancias que se reponen
cada vez que el aire que se marcha,
mordido y lleno de saliva,
vuelve como un perro
hasta su casa.
Hace 2 horas
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