Arrastrados por sus caballos, ya en un retorno forzado
construido de mineral de destierro y arena de desventura
los ojos siempre conservan las llamas de los castigos,
en destellos incondicionales que ya nunca serán de locura.
Los cadáveres de año sobre los que pronunciaron el pacto
contra la tornadiza costumbre de andares evanescentes
hace mucho se marcharon entre jadeos contenidos
por cuerpos que aún penetrados siguieron indescifrables.
Infinitos subterfugios se forjaron para negar el camino
sirviendo todos de cruces al camposanto de ese pecho
donde enterraron sus razones para descender al infierno
que es poder sentir el cielo apenas unos segundos.
Y desear haber muerto para escribir como un ángel
encerrado en un cuerpo que sólo siente en dos espejos
mientras el pensamiento en que cada noche se consume
te arde en el cenicero de un mismo recuerdo refractario.
Sin mucha más ceremonia la vida se nos va cobrando
y sólo cuando volvemos sabemos lo que nos era prohibido
los hombres no fracasamos de insuficientes victorias
porque una sola es la derrota, los hombres estamos perdidos.
(La mía fue como el poema más bello del mundo
improvisado en el susurro de una prostituta rumana)
Hace 16 horas
Sólo un garabato ¡Deja otro!:
me voy con el intento de imaginar la imagen descrita en el penúltimo párrafo del posteo.
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