Mariposas blancas besaban las flores en los Jardines de Méndez Núñez. Se preguntaba por qué tantas mariposas blancas y ninguna negra. Quizás el sol habría derretido sus alas y habían caído al mundo de los gusanos, tan cerca de la hierba. Quizás ahí descansaban, sin llegar a estar muertas, pero sin testigos de vida. Se preguntó, en fin, si las personas, como las mariposas, estábamos predestinados por el color de nuestras alas a la soledad o a la ligereza del aire que las movía. Debían ser unos bichos felices, porque era imposible mirarlas sin devolverles una sonrisa.
Caminaba por caminar, un paso que sucede al otro y dejaba vagar su mente sin dirección programada. Era mediodía, más o menos. Primavera. Lo cierto es que hacía tiempo que no llevaba la cuenta de los días y apenas la de las horas. Cansado de las rutinas, simplemente programaba la hora de levantarse y la de entrar al trabajo en la Astoria. El resto del día fluía, sin demasiadas preocupaciones.
Había hecho un par de amigos en la facultad de Derecho. Eran mayores que él y casi nunca iban a clase. En lugar de carpeta llevaban un rollo compuesto por diferentes piezas de apuntes superpuestas unas con otras. A cinco páginas de Derecho Natural les seguía una de Derecho Civil II, o quizás una mezcla de Penal y Procesal, alternando casi siempre con folios en blanco, con algún que otro dibujo en los márgenes. Eran como el residuo de su condición de estudiantes, el único vestigio que luchaba por desprenderse y que quizás nunca lo hiciese.
Se hacían llamar los idealistas, a fuerza de llamárselo a sí mismos constantemente. Silvio no preguntó la razón, ya que seguramente ni ellos mismos la sabrían. Cuando no estaban juntos, el más alto respondía al nombre de Saúl y el más bajo al de Roy. Tenían la capacidad de saber lo que pensaba el otro. De modo que muchas conversaciones tenían lugar mediante aparentes silencios, a los que Silvio iba accediendo poco a poco.
Había empezado a salir con ellos, mezclados los tres entre un heterogéneo conjunto de amigos que incluía gente de todos los cursos, de todas las carreras y grados medios. Ellos llevaban la batuta del grupo, aunque no la reclamaban. Simplemente la tenían. Era una cuestión de presencia y sobre todo de ingenio.
En cuanto a ella, la veía de vez en cuando. Le gustaba estar leyendo, solo en la biblioteca, y verla pasar con su grupito de amigas, siempre risueñas, siempre perfectas. Todo el mundo las conocía como las lobas, aunque nadie se lo decía. Pero seguramente lo sabrían y es probable que les gustase. Jugaban con los chicos a su antojo y en equipo. Cuando alguno se les acercaba en la biblioteca, que aventajaba claramente a la cafetería como el centro social de la institución, ellas le agarraban del cuello con una mano colectiva invisible, emulando al principio una caricia hecha de sonrisas forzadas para zarandearle finalmente mediante bromas retorcidas y risas estridentes. Cuando el pobre se daba cuenta de que le estaban tomando el pelo, le quedaba la respiración justa para marcharse avergonzado.
Silvio pensó que admiraba esos modos elegantes pero crueles, mientras veía como el sol se filtraba doblemente entre un abrazo de nubes bajas y árboles altos. Se sentó en el único banco que estaba libre, sacó un libro de cuentos de Chéjov del bolsillo y comenzó a leer. Al cabo de un par de minutos alguien se sentó a su lado y le preguntó "¿Qué lees?". Silvio contestó distraído. "Un cuento". "¿Y de qué va?". "Bueno, por ahora va de un viejo verde que quiere follarse a una jovencita".
Al decir esto último hubo de levantar la vista hacia el frente, y por el rabillo del ojo observó que sentado junto a él, mirándole directamente, estaba Lucía Seoane. Había imaginado que se pondría nervioso, que sudaría, que no sabría que decir, pero no sintió nada. Salvo un molesto cosquilleo en el aire que se filtraba hacia sus pulmones. Nada que no pudiese solucionar respirando con más energía. "Creo que te conozco... de vista... estudias Derecho". No pudo evitar percibir el gesto de malicia en su cara cuando contestó.
Quince minutos después caminaba. Y cuanto más trataba de recordar la conversación que siguió al "sí, es posible que me hayas visto en Derecho", más se mareaba. Sentía un revoloteo que ascendía desde el estómago, a través del pecho, cruzando el cuello hasta batir sus recuerdos en un suave y alegre murmullo. Trataba de contenerlo, de redirigirlo hacia la boca. Pero era inútil. Tenía la sensación de que era lo único que le sostenía en pie. Flotaba. Atrás dejaba a Lucía y sus jardines, desiertos ya de mariposas blancas.
Hace 16 horas
6 garabatos:
Atrás quedaron aquellos minutos de miedo que habían atormentado su pasado. Mientras más fuerte golpeaba el aire en sus mejillas, más débil era el color de sus latidos.
Mariposas blancas que en algún momento tuvieron rastros de color.
Joder, es precioso.
Me da rabia que no tengas perfil de blogger para saber un poco de ti, o imaginar como llegaste hasta aquí, pero eso que has escrito... es endiabladamente poético.
No tengo perfil, porque nunca lo pensé seriamente. Llegué aquí por simple casualidad. Entre trabajos y pensamientos al aire, seguí una dirección desconocida. Ahora estoy aquí comunicandome tras una ventana del mundo que ,quién sabe, hasta dónde ha de llegar.
En ese caso, ten la más calurosa bienvenida :)
Por fin se han conocido...
Que forma de reunirlos:
"Al cabo de un par de minutos alguien se sentó a su lado y le preguntó "¿Qué lees?". Silvio contestó distraído. "Un cuento". "¿Y de qué va?". "Bueno, por ahora va de un viejo verde que quiere follarse a una jovencita"."
No pudo haber quedado mejor, nos metes mas en la historia, en el juego de ella tal vez, esta narracion esta genial Chema... me gusto mucho lo de las mariposas blancas y la comparacion con la gente bonita...
Saludos...
Gracias :)
un beso.
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