Ángel urbano

lunes, 22 de diciembre de 2008

Ya se cae la tarde y aún no pude
sacudirme de encima este cometido de intruso
a la deriva de calles descuidadas de sí mismas
desparramadas sobre su propio cuerpo
de ciudad alicaída
como si la ciudad precisase de alas
como si no le bastase con su juego de esquina
con su punto de fuga de esperanza
con sus alcantarillas
a otras ciudades donde rosa
aún es nombre de flor y no de herida

Quién iba hoy a confesarme
que terminaría mendigando el sentido de la vida
a la desidia de señales que naufragan en bocana
de "no tengo un fierro mi vida
estigma de pasión burrera ya lo sabes"
con una valija apenas de recuerdo
extraviada
como un agreste perro
en la nebulosa de esta ciudad que no termina

Y aunque pude perpetuar este día miserable
noviando la tinta que ahora ya me deja
la violencia del ocaso hiere al fin
inexorable
de romance sus tejados y de lujuria sus esquinas
la ciudad alza así renovado su plumaje
perpetuando con su vuelo nocturno la agonía
de este cometido de intruso de calles
que van a ninguna parte y siempre a la deriva

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La canción de la semana: Across the Universe

Escoger una sola canción de los Beatles es bastante osado: Lucy in the sky with daemonds, Strawberry fields forever, I am the walrus, Everybody's got something to hide (except me and my monkey), Helter Skelter, Get back, Here there and everywhere, Revolution 1 ... los puntos suspensivos son aquí un delito necesario. Escoger una sola canción de los Beatles es sin embargo posible: sólo hay que señalar la que uno quiere. Es más o menos como señalar a tu chica.

Por eso la canción de esta semana es Across the Universe. No sé si es la mejor canción de los Beatles, y ni siquiera me importa. Porque sé que cada vez que siento que algo me supera canto ese estribillo inigualable: Jai Guru Deva Om, Nothing's gonna change my world. Y que luego me siento realmente... de puta madre.

                     

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Borges y Cortázar, según ellos mismos

viernes, 19 de diciembre de 2008

Para los ni argentinos ni filólogos ni aficionados como usted con mano en el hombro de Montoya, Hector Yánover era además de un poeta, un librero de cuando los libreros eran otra cosa y guardaban, bajo llave de tinta indeleble, vínculo estrecho con todos los lectores y escritores que tenían el azar o la fortuna de tratar con los libros que él vendía. Hasta el punto de que a alguno de los que escribían, no a todos porque su tiempo -el de Yánover- era escaso, les grabó un disco, no, no a todos pero sí a los más insignes, pero sí a Borges y a Cortázar, a Cortázar y a Borges.


El Zar dedica su disco a relatos, a qué si no el maestro, a qué si no, si no tenía otra cosa. Pero ni falta, ni falta. Se arranca con una introducción que deja bien a las claras que el carisma de su pluma guarda mucho de la tradición de la boca. Luego se suelta y refrenda con Torito, como si fuese él mismo, como si Justo Suárez el Torito de Mataderos en su cama, improvisando y digiriendo sus recuerdos, abandonado y enfermo ya de tuberculosis. Es relativamente largo, che, pero esa demostración de lunfardo lo merece, el play y el replay tres veces.

Palabras preliminares:

                     

Torito:

                     


A Borges, millones de veces más poeta y ya ciego, le da por un camino más de verso, con alguna que otra prosa lírica. Hay que perdonar la frialdad de los cortes en la grabación a los que obliga el dictado, para así poder apreciar la candidez de la voz siempre generosa del maestro de la literatura y la ironía. De las veintiséis porciones que suman la grabación escojo estas cuatro porque me parecen más de Borges, aunque quizás sean más del otro:

Límites:
                     

Milonga de dos hermanos:

                     

Milonga de Jacinto Chiclana:

                     

Borges y yo:
                     

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Reflexiones en la sala de espera del infierno

jueves, 18 de diciembre de 2008

Le dijo que volvería en seguida. A las cuatro y doce minutos, se lo dijo, mientras la tarde de verano se colaba implacable por la ventana entornada. En olas que pensó estarían acariciando el límite de la invisibilidad. Como cuando escuchas el mar tras unas rocas. Se distrajo largo, esperando el infinitesimal de densidad necesario para que se apareciese. Un océano de sudor bañándole el cuerpo. Pero cada infinitesimal contiene al menos un infinito, y no vio nada.

La cortina bailaba el infierno y en cambio la sábana que envolvía su cuerpo olía a paraíso. Al sexo que se había quedado a vivir sobre ella, como se queda a vivir en todas las cosas. Tenía suerte, el sexo, viajante de cuerpos de gente que no se conoce. Siempre tan bienvenido. En su nombre se dan los primeros saludos, las primeras sonrisas de los bares. Aunque muchos no se atrevan a reconocérselo, necesitan esa medicina de Dios contra la individualidad.

Se levantó y fue hacia la neverita que ella le había señalado. "Ahí hay cerveza". Agarró una, y mientras su cuerpo regresaba al alcohol aprovechó para preguntarse cuánto sería enseguida para esa mujer sin nombre. La experiencia le decía que más que para un hombre, sobre todo si impaciente. Calculó minuto y medio de enseguida común más veinte minutos de enseguida femenino con diez minutos extra de acabo de conocerte. Las cuentas en este punto se complicaban en variantes desconocidas: estado de ánimo, opinión sobre el individuo, causante de la salida. Tardó en resolver la ecuación, ayudado por estimadores insesgados como las dos horas del hola a la cama o el que nunca hubiesen discutido.

El cálculo quedó en cuarenta y nueve minutos, de los cuales veintiuno ya se habían marchado. No se le ocurría qué hacer con su cerveza ya vacía, su móvil sin batería, la soledad y los veintiocho minutos restantes. Había una televisión en el cuarto, pero la idea de pensar una cosa de manera simultánea a millones de personas le aterraba. Realmente deseaba marcharse, pero no quería que la muchacha pensase que no había valido para él siquiera un enseguida.

Agitó el paquete de lucky olvidado sobre la mesilla de noche. Aún quedaban algunos. Se acodó sobre el alfeizar de la ventana y colocó uno entre los labios. No tenía fuego, pero estar así le recordaba cuando aún era un crío y fumaba. Y aquellas victorias sobre otros alféizares que se mezclaban con el de ahora. Rememoró las palabras de su barman de cabecera, que tantas veces le había llevado a casa:

"Para ganarte una mujer solo tenés que beber con ella. Pero beber, beber hasta el naufragio. Cuando despertés el amanecer ya estará de tu parte. Convidala al desayuno. Y si ella te gusta realmente, convidala además, en alguno de los años siguientes, a que se case con vos".

Había seguido el consejo. Prendió el siguiente con el pucho imaginario del anterior mientras trataba de recordar qué coño hacía entre esas cuatro paredes. Supuso que le gustaba perder cosas, sentarse a la orilla de todo. Y una vez allí, pese a que ni él ni la pena lo mereciese, volver. O marcharse. Esta vez, pensó, volvería. Se pondría la ropa y saldría de ese infierno de culpa. Y nunca más se marcharía de ella. Y todo estaría bien. Pese al frío. Un frío que sí podía verse.

Abrió la puerta. Allí estaba la desconocida sin nombre, que sentía haber tardado tanto. Miró el reloj, cuarenta y siete minutos, en realidad llegaba pronto. La besó. Y sobre el suelo, paulatinamente, los cuarenta y siete minutos se fueron perdiendo entre los minutos siguientes, entre las olas de calor invisible, entre los gemidos del sexo que se había quedado a vivir sobre todas las cosas. Y nadie volvería nunca a saber una mierda de ellos.

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El beso

martes, 16 de diciembre de 2008

Todas las mujeres viven en el instante de tu boca
y tu boca cruza una boca y una boca cruza tu boca
y tu boca
se abre rota contra un azar inconsciente
que yace sobre la mía

un ahora salvaje grita
con agonía un para siempre
entre tu bo...

(deja que las palabras vuelen
lejos
ya tratarán de acercarse
ciegas
arriesgando nuestros
labios
como vulgares poetas)

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La canción de la semana: Unsatisfied

"Estoy tan insatisfecho", aullaba Paul Westerberg allá por el año 1986, en un disco de nombre guasón, Let it be, de una banda de nombre con aún más guasonería, The Replacements. Los sustitutos, pues ya ningún dueño de bar se atrevía a contratarlos, testigos de sus desastres etílicos sobre el escenario, para que cantasen medio minuto "Odio la música, tiene demasiadas notas" y se liasen a trompadas con un espectador o entre ellos mismos...

Pensad en The Replacements como un eslabón perdido entre el viejo rock y el grunge. Como una mistura de Creedence bajo electroshock y Stones sin habilidades comerciales, pasados por el filtro maldito de Big Star. Diseñados para fabricar riffs minimalistas y perfectos que les ganarían el crédito eterno, aunque siempre a posteriori, de bandas como Nirvana (Nevermind es una canción de The Replacements), Hüsker Dü, Pearl Jam o They Might Be Giants (quienes compondrían "We're The Replacements").

Las discográficas pensaron que tenían el contraste perfecto con R.E.M. para cazar fortunas. Pero no, The Replacements se autodestruyeron en un remolino de Wiskie (alguno de ellos lo lograría en el intento), y por el camino Paul Westerberg, un salvaje iluminado que ejercía las veces de líder indiscutible, iría descubriendo que prefería buenas melodías y letras al hard-core con el que habían comenzado a finales de los 70. Siete discos más tarde, ya en 1990, todo había terminado. Pero la leyenda de Paul Westerberg y su banda no hizo más que crecer desde entonces.

“Nuestra victoria fue fracasar de todas las maneras posibles”

Hubo un momento que pasó a la posteridad como síntesis del legado personal de la banda. Westerberg, frente a una cámara, exclama de repente: “El gran secreto para escribir grandes canciones es...”. La reportera que lo entrevistaba grita nerviosa que se ha quedado sin cinta, introduce un nuevo cassette en la cámara y Westerberg repite: "El gran secreto para escribir grandes canciones, lo que todo songwriter debe saber, es...". La chica, al borde del llanto, grita que la cámara no funciona, que cree que se ha roto. Westerberg sonríe con un puro en la boca, mira a pantalla e insiste: "El gran secreto...". La imagen se funde entonces a negro. Unsatisfied:

                     

(Texto basado remotamente en este artículo, que está escrito como el más genuino de los culos)

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Poemas de autobús

lunes, 15 de diciembre de 2008

Como cada mañana Chema viajaba sentado al lado de su amigo César. Y como cada mañana el autobús universitario se detuvo en la parada de Juan Flórez, en la que como cada mañana Verónica García subiría con el pelo revuelto de viento y los ojos azules enormes cubriéndole toda la cara.

César miró a su compañero para repetirle la frase que correspondía a la rutina aprendida en series interminables de mañanas como esa:

-Mira, mariquita, ahí está.

Chema, animal no de costumbres pero lo mismo acostumbrado no levantó la cabeza. Nunca lo hacía hasta que sentía la proximidad del infinito azul de Verónica García. Entonces sonreía y decía un hola siempre demasiado tímido. Y ella le respondía una ola casi siempre forzada en exceso. Pero esta vez bajó la mano, impulsiva pero segura hasta el bolsillo para extraer una de las tarjetas que adentro le bailaban.

¡Rash!

Arrancó una hoja y sin mirarla la tendío frente a su paso. Ella, demasiado aletargada para cuestionar cualquier acto la agarró y continuó con su mudez hacia la última fila.

-Mariquita, te acabas de cargar un libro. ¿Y qué coño es? Un libro de poesía. Dioooos, jajajajajaja. No puede ser, le has dado una poesía a esa chica. Tío, de verdad, no tiene ninguna pinta de importarle una mierda todo ese rollo de poeta que te gastas. A partir de ahora para ella eres un friki.

-Lo sé.

-¿Entonces por qué coño lo has hecho?

-Lo bonito de los gestos es que no sirvan para nada. Así, libre de pretensiones y utilidades, lo único que de ellos vale es el propio gesto. Y sólo entonces puede valer algo.

-Lo que tú digas, mariquita. Lo que tú digas.

Mientras tanto en la parte de atrás, Verónica desdobló el miembro mutilado del libro de Paul Celan con cierta curiosidad. Y leyó.

ELOGIO DE LA LEJANÍA

En la fuente de tus ojos
viven las redes de los pescadores de la mar del extravío.
En la fuente de tus ojos
el mar cumple su promesa.
Aquí arrojo yo,
un corazón que se detuvo entre los hombres,
mi ropa y el esplendor de un juramento:

Más negro en lo negro, más desnudo voy.
Sólo infidente soy fiel.
Yo soy tú si yo soy yo.

En la fuente de tus ojos
desvarar suelo y sueño un rapto.

Una red prendió una red:
nos separamos enlazados.

En la fuente de tus ojos
un ahorcado estrangula la soga.


Y al final del papel, en un garabato con prisa, la brevedad de una nota:

Ya me los sé de memoria

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Tres estrenos por las que merece la pena mantenerse con vida

Si como el veinte por ciento de la población estás pensando en suicidarte, y necesitas urgentemente una escusa para no hacerlo, al menos todavía, esta es tu lista. No se trata de mejores o peores películas, que nunca se sabe y para eso están los gustos. Simplemente tienen algo que las demás no tienen. Eso que hace diferentes las cosas, guste o no guste...

El increíble caso de Benjamin Button: Tengo una corazonada con esta película. Vale, no arriesgo demasiado, es una favorita inédita y pese a ello absoluta para los Oscar. Corre a cargo de uno de los dos mejores directores de esta generación (David Fincher). Cuenta con el mejor actor y la mejor actriz de la pasada (Brad Pitt y Cate Blanchett, es mi opinión sincera). Y está basada en un relato de Scott Fitzgerald. Por todo ello ya huele a clásico. A historia. A futura seña de identidad de esta década que ya se cierra



W: ¿De veras piensas irte sin averiguar cómo George W. Bush pasa a la historia como el presidente más ceporro del imperio americano de la mano del siempre polémico y sádico director Oliver Stone y del genial transformista Josh Brolin? Recuerda esa noche de niño en que la casualidad te llevó a ver JFK. Cómo maravillado te preguntabas si todo aquello era posible... Y ahora imagina el careto que se les va a quedar a los chavales dentro de diez o veinte años cuando vean esto:



Watchmen: Poesía. El resto de palabras, como casi siempre, sobran...


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Balada de la viuda sin muerto

domingo, 14 de diciembre de 2008

Melifluos cascabeles de discordia...
el hombre insiste,
la soledad insiste,
la muerte insiste,
y tú maquillas... una cara... distraída...
porque la mente se te gangrena
de todo aquello que alguna vez...

De vez en cuando algo palpita
y ya no sabes... si es él que brota
o eres tú...
la que brotas, desde otra cosa,
desde la carne, desde el sexo,
en dirección
de todo aquello que alguna vez...

Lo llevas siempre, nunca lo arrojas,
te desoja el estómago...
y te enarbola...
como una lengua y un viento triste
y sin embargo no puedes nunca
volver a pronunciar el nombre
de todo aquello que alguna vez...

Alguna vez quisiste

...




¿Alguna vez quisiste?

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Copyplay, un plagio con historia



Bromas aparte, además de sonar bastante a un chiste para Eurovisión, el plagio de Coldplay a Joe Satriani es tan obvio y tan casposo que a Chris Martin deberían meterlo en la cárcel no por carterista, sino por soltar aquello de que todo es una graaaan coincidencia. Pero no es sino una evidencia más de que allá por los años setenta la música (un arte) se separó para siempre del pop (un mercado).

Ahora, visto en perspectiva, la letra de aquel Yellow que los lanzó al estrellato: "I came along, I wrote a song for you" suena completamente a cachondeo. Y su música ha pasado de recordarme ligeramente:



A parecerme demasiado igual a esa pequeña joya de Here engastada en el álbum Slanted and Enchanted de los grandísimos Pavement:

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La revelación de Beckett

sábado, 13 de diciembre de 2008

En 1945, Beckett regresó a Dublín por un breve período de tiempo. Durante su estancia, le sobrevino una "revelación" a través de la cual comprendió cuál debía ser la dirección literaria a tomar. Experiencia que sería más tarde literaturizada en la obra de teatro Krapp's Last Tape (La última cinta).

En dicha obra, el protagonista Krapp está escuchando una grabación realizada por el mismo tiempo atrás. En un momento dado oye su propia voz diciendo: «...veía claro, en fin, que la oscuridad que yo siempre había luchado encarnizadamente por ocultar era, en realidad, mi mayor...». Sin embargo, Krapp hace avanzar rápidamente la cinta antes de que el espectador escuche la frase completa.

Beckett confesaría más tarde a su biógrafo James Knowlson que la palabra perdida en la grabación es "aliado". Y que esta revelación estaba en gran parte inspirada por su relación con James Joyce (su mentor). Afirmó haber encarado la posibilidad de verse para siempre a la sombra de Joyce, con la seguridad de no poder vencerle nunca en su propio terreno.

Beckett decía haber comprendido que Joyce había llegado tan lejos como pudo en la dirección de un mayor conocimiento y del control de ese ingente material, "siempre estaba añadiendo cosas: no hay más que fijarse en las pruebas constantes que da de ello. Yo comprendí que mi camino, al contrario, era el empobrecimiento, la renuncia y emancipación del conocimiento; era restar más que sumar."»

Así Beckett rechazó el principio joyceano de que saber más era un método de entendimiento creativo y de control del mundo. De ahí en adelante su trabajó avanzó por la senda de lo elemental, del fracaso, el exilio y la pérdida; del hombre ignorante y desprendido. Según Radomir Konstantinovic, uno de sus amigos íntimos, el olvido era para Beckett lo que la memoria para Proust.

Fuente: Wikipedia

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Diez cosas mías que consiguen volverme loco

1. Me gusto porque empiezo a leer los poemas desde los últimos versos, como un buscador de tesoros. Entonces los voy escalando, comprobando que el terreno lo merezca. Porque valoro mi esfuerzo. Y a la mitad me doy cuenta de que aquello era un poema. Vuelvo entonces la vista a sus orígenes, leyéndolo con mueca grave, disimulando, como si no lo conociese de antes, como si no supiese su secreto.

2. Me gusto porque llevo una libretita cutre de polipiel en el bolsillo, a la que llamo mi agenda con la clásica escusa del yo-no-soy-de-aparatos. Y que en realidad utilizo como trampa, para capturar los absurdos varios que me salen de vez en cuando. Me gusta la cara de imbécil que se me pone cuando estoy ahí, anotando, estupideces como esta:

Nota para novela: Un tío recibe nota debajo puerta. Contiene dirección. Se la ha pasado su yo del futuro. Puede ver sus distintos yos pasados y futuros.

En realidad está muerto.


Empieza: En ocasiones la vida te pasa notas por debajo de la puerta. Terminaría: En otras ocasiones la muerte, pero en relación con otra frase.


Mierda, se parece demasiado al sexto sentido.


3. Me gusto porque cuando estoy solo le hablo al aire. Que no es como el que habla solo, aunque se parece bastante. Pero es más como un ensayo. Imagino situaciones. Invento diálogos absurdos. He hablado diez veces más con cada uno de vosotros de lo que hablasteis vosotros conmigo. Y aún así no os lo reprocho.

4. Me gusto porque tengo siempre que esforzarme para bajarme o subirme hasta el nivel de las cosas. En realidad siempre voy unos centímetros por arriba. Unos metros por abajo.

Y aunque nadie más lo aprecie, yo me valoro ese sacrificio de devorador de depresiones, de disfraz del propio ingenio. Y es cierto que a veces fallo. Pero siempre sabré perdonarme. Aunque otros no lo hagan. Porque me gusto así, con todos mis inevitables.

5. Me gusto porque soy una de esas personas de mirada, y divido a los demás únicamente en dos grupos. Los ojos que puedo mirar infinitamente y los que apenas sostengo. Y la incomodidad de tener que hablar oteando el infinito supera cualquier tipo de cualidad positiva. Y al contrario, he sido amigo de ladrones, amante de prostitutas.

6. Me gusto porque siempre ando distraído de las horas del resto de los mortales. Para mí de noche puede ser de día, y suele serlo de hecho. Nunca pude acostumbrar a ningún horario mi sueño. He desayunado con Wiskie. Y ningún alarmista lo habría tildado de alcoholismo.

7. Me gusto porque soy el más guapo y el más feo de todos los tíos que en mi vida he conocido. Con un peine y un espejo, jugando con orientaciones y ángulos, con luces y perspectivas, con muecas y con peinados, soy un ángel. O su demonio complementario. Y siempre que me levanto no miro mi cara en el espejo, contemplo mi estado de ánimo.

8. Me gusto porque soy cínico como la propia mentira, más que cualquier otro hombre, pues aprendí de mujeres. Y sin embargo, muy de vez en cuando, se me filtran como descargas de algo, que resulta que aún me late. De niño fui un gran romántico, un Victor Hugo sin barba. Y a veces me río con ganas, y otras de veras te juro que lloro. Aún no aprendí el arte más elevado de la hipocresía purista, el de contener una lágrima.

9. Me gusto porque yo sí sé a qué coño huelen las nubes, y porque conozco de memoria el sabor a despedida, y sé distinguir con el tacto el valor de la osadía, y he visto la cara a todas las pasiones que he tenido, y las recuerdo con frecuencia y con bastante cariño, así como el sonido de sus besos en la boca de mi estómago.

10. Me gusto porque todos mis momentos, más de cerca o más de lejos, orbitan en torno a un cuerpo femenino. Me gusta que ya lo tengo asumido, que soy como un complemento, un trozo de cuero masculino contenedor de recuerdos y perfumes de mujer. Colgado de un brazo invisible. Un simple bolso de Carolina Herrera, o alguna otra. Pero un bolso, he de decirlo, que me gusta de cojones.

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Unos tuvieron su Underwood, otros su Olympia, pero yo...


(Click para ampiar)

¿Y tú? ¿Desde dónde escribes? Fíjate que lo del instrumento es una cosa importante. Que se lo digan a Jorge Lanata: "Un día me llega una carta, y estaba escrita en Lexicon 80, cuando vi la carta pensé: Huy, no puede ser, pero si ésta es mi letra. Vos fijate qué nivel de locura. Bueno, vos me preguntás qué hago: yo escribo, la Lexicon 80 es mi letra".

Y la Debian mi estilográfica, Jorge.

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Dios está hecho del aire que una mujer espira

viernes, 12 de diciembre de 2008

Arrastrados por sus caballos, ya en un retorno forzado
construido de mineral de destierro y arena de desventura
los ojos siempre conservan las llamas de los castigos,
en destellos incondicionales que ya nunca serán de locura.

Los cadáveres de año sobre los que pronunciaron el pacto
contra la tornadiza costumbre de andares evanescentes
hace mucho se marcharon entre jadeos contenidos
por cuerpos que aún penetrados siguieron indescifrables.

Infinitos subterfugios se forjaron para negar el camino
sirviendo todos de cruces al camposanto de ese pecho
donde enterraron sus razones para descender al infierno
que es poder sentir el cielo apenas unos segundos.

Y desear haber muerto para escribir como un ángel
encerrado en un cuerpo que sólo siente en dos espejos
mientras el pensamiento en que cada noche se consume
te arde en el cenicero de un mismo recuerdo refractario.

Sin mucha más ceremonia la vida se nos va cobrando
y sólo cuando volvemos sabemos lo que nos era prohibido
los hombres no fracasamos de insuficientes victorias
porque una sola es la derrota, los hombres estamos perdidos.


(La mía fue como el poema más bello del mundo
improvisado en el susurro de una prostituta rumana)

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La canción de esta semana: If you tolerate this your children will be next

lunes, 1 de diciembre de 2008

A mi los Manics de antes de la desaparición de Richey James no me emocionan en absoluto. Son recordados especialmente por su álbum Holy Bible, en teoría uno de los mejores de la década de los 90. Muy tipo Joy Division. Y tengo algún tipo de disfunción auditiva que me impide apreciar ese tipo de música. Que mira que Joy Division y New Order y etc. debieron ser la hostia y tal. Para mí es tal que oír llover (que está bien pero es cansino y está sobrevalorado).

Sin embargo, el nombre de Richey James ha aparecido en la prensa estos días (escribí esto antes de quedarme sin línea hace diez días, siento el desfase temporal), debido a que al fin se le ha hecho entrega de una muy merecida presunción de muerte. Descanse en paz. Edwards siguió a rajatabla el canon de rockero incomprendido. Logró la fama para el grupo rajándose en un brazo, era anoréxico, depresivo y un buen día desapareció sin dejar rastro. Siempre será recordado como uno de los grandes letristas de su generación, y el único guitarrista que no sabía tocar la guitarra.

Si tuviese que elegir un tema de los primeros Manics, me deprimiría, así que pongo su mayor éxito. Que al menos es extremadamente pegadiza, está inspirada en la Guerra Civil Española y suena como aquello de "ahora vienen a por mí, pero ya es demasiado tarde" (Martin Niemoeller).

                     

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La banda sonora de capítulo 93

domingo, 30 de noviembre de 2008

El otro día vi otra vez Alta Fidelidad. Me gusta la atmósfera de fracaso dulce, resignado y musical de esa película. Habla del amor y de la música. Y entre otras cosas, habla de como hubo un tiempo en que grabar recopilatorios fue un algo universal. Una forma perfecta de imprimir diarios emocionales, magnetizar una visión e incluso un sentimiento. Tenía mucho de viaje y mucho de regalo. Además de ser algo jodidamente difícil de hacer.

Porque grabar una cinta podía convertirse en una auténtica pesadilla creativa. Disfrutabas mientras sufrías buscando la siguiente puta canción que no quería existir para que tus cinta fuese perfecta y poder dársela a alguien que la relegase a un destierro prematuro de polvo y cajón de mesilla o cubo de basura. Sí, era bastante como el amor. El romanticismo se agota en la punta de tus propios dedos.

"Grabar un recopilatorio requiere un arte muy sutil, muchas normas y detalles. Para empezar utilizas la poesía de otros para expresar lo que sientes y eso es algo delicado. Hay que empezar a lo bestia para llamar la atención y luego hay que ir aumentando la intensidad, pero sin pasarte de vuelta porque luego hay que bajar de golpe. Hay un montón de reglas, y cada uno se inventa las suyas sobre la marcha"

Más tarde llegaría el CD y los botones de anterior y siguiente. Se seguiría hablando de ellas, pero las caras A y B se fueron llevándose esa doble personalidad tan distinguida de la música. Los discos giraban y giraron hasta volverse meros packs de canciones, meros packs de mp3 que se intercambiaban cada vez con mayor facilidad. Y esto fue muy bueno para la música. Pero como decía una amiga, siempre pierdes algo para ganar otra cosa. Y se perdió lo más cercano que un mortal sin oído podía estar de una composición musical. El recopilatorio.

Alta fidelidad hizo que la nostalgia me acariciase los testículos (el 50% conocéis la sensación). Hasta que me di cuenta. Yo nunca había grabado un recopilatorio. Y además podía hacerlo cuando quisiera. Al fin y al cabo tenía un blog. Y un blog es como una serie de televisión, una época de nuestras vidas o una patata. Quiero decir que se le puede poner banda sonora.

Y así pasaron tres días de escucha ininterrumpida, del más cruel de los castings musicales, de desesperación melómana hasta hoy. Grandísimas canciones han quedado fuera. Unas, problemáticas, porque se llevaban mal con el resto. Otras porque de tanto que sonaron para buscar sitio agotaron mi paciencia hasta el odio. Pero alegrémonos por las que lo consiguieron. Os presento la primera banda sonora de Capítulo 93. Pulsad sobre el enlace y será vuestra (¡Feliz Navidad!):

http://rapidshare.com/files/168770153/cap9301.rar.html

Lista de temas:
01 Frankie's gun - The Felice Brothers
02 I love you like a madman - The Wave Pictures
03 The underdog - Spoon
04 You! Me! Dancing! - Los Campesinos!
05 A-punk - Vampire weekend
06 Time to pretend - MGMT
07 Northwestern girls - Say Hi
08 Our live is not a movie or maybe - Okkervil river
09 Flight 180 - Bishop Allen
10 Center of the Universe - Built to spill
11 Lovely Allen - Holy Fuck
12 Fireworks - Animal colective
12+1 Doo right - Man Man

Quizás ninguno de vosotros lo escuche. Pero el quizás merece la pena. Me gustaría convertir esto en un MEME y retar a alguno de vosotros a que hiciese lo mismo. Aunque no subiese el disco y diese simplemente la lista de temas. Pero soy muy joven como blog y no me atrevo. Así que simplemente os invito a hacerlo. Es toda una experiencia.

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Amor en XII actos. Acto X: Perdiendo el alma

viernes, 28 de noviembre de 2008

La sábana estuvo mojada. Y ahora ya estaba húmeda sin que ninguno de los dos obtuviese fuerza alguna para poder levantarse. Llevaban cinco o treinta minutos sin hablar. Tumbados, las piernas de Lucía sobre las de Silvio. Mirando al techo como si los dos viesen el mismo techo. Silvio se preguntaba. Qué techo vería Lucía aún jadeante y tumbada, mirando hacia arriba. El suyo era la piel que acababa de dejar atrás sin dejar de mirarla, como yéndose de casa.

Había algo doloroso en terminar. Y el frío donde había calor. Pensó que la muerte sería de ese modo con dolor donde había placer. Ella miraba el techo. Como si hubiese algo en el puto techo, Lucía, qué coño te pasa. A saber. Había mujeres tan obvias que era divertido. Y otras tan como Lucía que daba miedo. Tan como Lucía, intuía, no las había visto. Se habría ido con alguna de ellas. Tenían que existir para que el mundo tuviese sentido.


Le acarició el hombro con la mano derecha, rogando por una mirada que no daba por perdida. Ella le sujetó la mano, la arrastró sobre sus labios dejándola al pasar un beso para descansarla después sobre uno de sus senos. El izquierdo, de modo que ella continuaba mirando hacia el techo y con las piernas abrazaba a Silvio y él miraba a Lucía y la abrazaba con el brazo. Por muy fuerte que se hubiese sentido alguna vez Silvio siempre había comprendido que ella le superaba. Con una fortaleza secreta que a veces estaba escondida. Con una fortaleza egoísta.

Al principio fue como un brillo al contacto de la lámpara con la piel de la mejilla. Pero luego poco a poco, una sombra que cabalga el desierto, una lágrima fue descendiendo la mejilla derecha de Lucía. Quiso creer que era sudor, pero no pudo. Quiso saber cuánto tiempo llevaba orbitando su vida en torno a aquel cuerpo que ahora lloraba. Cuánto vistiendo su mundo de blanco y negro para ver mejor sus colores. Cuánto queriendo sujetar el tiempo para que no se la llevase. Y quiso saber qué pasaría ahora, que ella estaba llorando. Quiso un borrón de tinta negra y quiso todo parado. Y quiso sujetar esa lágrima y devolverla a la cuenca llorosa de donde había salido. Pero no pudo.

Se levantó. Suavemente y sin escusa se paró de pie frente a la cama ahora semivacía y vio de nuevo aquel cuerpo del que ahora necesitaba una pausa. Se dirigió a la cocina donde el grifo le esperaba con un vaso de agua fría. Lo observó llenarse, y el dolor de la sed en el paladar reseco le trajo un absurdo sabor a infancia. Cuando no podía soportar el dolor sin llorar como Lucía. Qué dolor había en esa niña abstraída que lloraba.

Los niños, con su alma gigante, con la inmensidad de su alma infinita en comparación con sus cuerpos minúsculos que casi podían volar. Con un alma tan grande que les tapaba de ver el mundo. Y el mundo no quería ser tapado, y les penetraba por a través de ese alma impoluta, llenándola de agujeros, trayándola de heridas sobre cicatrices, cercenándola hasta el tálamo de los sentidos.

Y etcétera Silvio. Dónde había ido su alma. El alma de Silvio, quizás había quedado en parte prendida de la piel de Lucía. Quizás le esperaba a que la recogiese. En el pliegue de los senos, en las cosquillas de las axilas o en el bello invisible que le crecía cerca del ombligo. Quizás estuviese en su espalda, o quizás nunca hubiese llegado a ver esa espalda que Silvio había visto tantas veces.

Todavía no quería volver a su pequeño mundo real de una lágrima resbalando. Se obsesionó incluso. Necesitaba saber dónde se había dejado ese alma que ahora estaba seguro que ya no tenía. Donde descansarían ahora los trocitos de alma muerta que se habían ido decapitando sobre los rieles de su propia vida.

Pero de alguna forma sabía que los trozos de alma que se perdían eran remplazados por el espacio necesario para recordarlos. La experiencia. La pérdida de la inocencia. Era lo mismo y por eso crecer tenía sentido, y valían igual un joven soñador y un viejo con el gran poder del recuerdo. Pero ojalá él nunca hubiese crecido. Porque sentía que algo se le estaba yendo al hacerlo. Y maldita sea, que le quebrase un rayo el cuerpo si no tenía miedo. Pero hacía como si no lo sentía. Quizás todos hacían lo mismo. Quizás por eso lloraba Lucía.

Se levantó de la silla en que se había sentado, bebió un sorbo apenas del agua y se regresó a su puesto de vigía de lágrimas desalmadas. Se echó al lado de Lucía, que lo abrazó sin decir nada. Maldita sea Lucía, por qué coño tenías que haber llorado. Le devolvió el abrazo con fuerza, mientras sentía que un gran pedazo de alma se le desprendía con aquella lágrima que no había visto. No, esto no era como en las películas, ningún diablo aparecía de la nada para ofrecer un trato rápido y por tanto ventajoso. En el mundo real satanás era carroñero. Y había que perder el alma trocito a trocito. Lágrima a lágrima.

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Concierto de Gogol Bordello en Santiago

jueves, 27 de noviembre de 2008

(Clásica foto estúpida que ponemos en capitulo 93 con la información porque somos un blog de calidad. Además nos encanta expresarnos en plural como si fuésemos 20 en lugar de un pringao hablando solo)

Gogol Bordello, definición de la Wikipedia: grupo de gipsy punk del Lower East Side of New York City formado en 1999, caracterizado especialmente por sus frenéticos directos y su sonido inspirado en la música gitana, con mezcla de sonidos de acordeón y violín y bla, bla, bla me duermo.

Pues eso, frenéticos directos, guardad ese dato en vuestro cerebro. Porque andan de gira por España. Y lo más importante -al menos para el 25% de vosotros que reside en Galicia-, estarán el 11 de diciembre en la Sala Capitol de Santiago de Compostela, con Che Sudaca de teloneros. Las entradas se regalan a cambio de 20 euros si te das prisa y 23 euros si tienes que recurrir a la taquilla, que ya no creo que queden.


Pero lo mejor es que esto es sólo el comienzo, o la segunda parte del comienzo, porque dEUS ya se pasó el 23 de Octubre. Ambos conciertos son el pistoletazo de salida de una pretendida serie que, bajo el pseudónimo vanguardista de "El Ciclo Importa", buscará situar a Galicia en el circuito de salas españolas de música alternativa. En otras palabras, si tocan en la Razzmatazz y molan es posible que también toquen en Capitol.

Para el resto de mortales que no podéis residir en Galicia y os veis obligados a subsistir en otras zonas de España, Gogol Bordello estará también en la Razzmattazz el 8 de diciembre, en La Riviera el 12 de diciembre y en la sala Rock Star Live de Barakaldo el 13 de diciembre. Luego se van para Francia -oh, qué pena, etc. etc.-.

A mí personalmente no me van las rastas ni la estética interrail. No aspiro a ser cool por asimilación de culturas que no son la mía. Ni a sentirme especial por haber estado en 173 ciudades europeas y 14 del norte de África. Además de que odio a Manu Chao. Pero es que no hace falta para querer ir a ver a estos tíos... no hace ninguna falta en absoluto... (¿quién se apunta?)


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Sigue leyendo (y no te líes)

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Después de meses de I+D, tres de nuestros expertos gravemente heridos, y media docena de servidores de blogger inutilizados, por fin ha llegado. Capítulo 93 se enorgullece en incorporar a sus características técnicas secretas el célebre javascript SIGUE LEYENDO.

Y diréis: "Menuda mierda de post".

Y os responderé: "Pues sí, pero no quiero que nadie se líe".

A partir de ahora las entradas largas sólo estarán representadas por una introducción y un enlace azul como este. Cuando pulséis sobre él:

Automáticamente aparecerá el resto de la entrada, sin cambiar de página ni nada de eso. ¡A que es la tecnología bloggera más vanguardista del mundo!

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La generación del ordenata

El boom de la informática de consumo me agarró rondando yo la tierna edad de ocho años, con mis padres cavilando la adquisición de la Larousse Ilustrada, eje central de toda cultura doméstica que aspirase a aparecer en algún mapa. Adalides de lo moderno los dos, se dejaron trescientas cincuenta mil pelas de las de mucho antes en un ordenador IBM. En cómodos plazos y sin intereses.

Según el señor del Corte Inglés eran de los mismitos que usaban los de la NASA, amigos suyos. Perfecto para dar un empujoncito en la dirección correcta a un niño que no se sabía si era imbécil o superdotado.

El bendito cacharro era un Pentium 150 con 16 Mb de memoria compartida y 2 Gb de disco duro. Mi padre desconfiaba, pero se cercioró en repetidas ocasiones del punto que hacía valer aquella suma de dinero: ¿Pero trae la Encarta, no?

Sí, la traía, y lo reconozco. Después del que la escribió apuesto a que soy el ser humano que más se ha recreado en su lectura. El ochenta por ciento de mis conocimientos de cultura general terminan con un copiright de Microsoft -Gracias, Billy Gates-. Así que de alguna manera mis padres acertaron. Y sin embargo ese Pentium iba a marcar mi vida de una forma mucho más profunda, si cabe. Condenándome a ser un vestigio desfasado de otra época.



El furor de los genéricos, esos puzzles que ensamblaban silicio y felicidad, se desató como una epidemia. En el recreo los nenes ya no hablábamos de fútbol. Discutíamos la conveniencia de asumir el salto de precio entre un Pentium MMX y un Pentium 2, sobre si era mejor decantarse por una tarjeta aceleradora de gráficos 3D ATI Phoenix o por una Banshee Voodoo 2, o lo bien que se escuchaban las tarjetas de sonido Sound Blaster combinadas con un subwoofer.

¿Consecuencia? En unos pocos meses todo el puto vecindario tenía ordenadores diez veces mejores que el mío y tres veces más baratos.

Y en este escenario de prestaciones sin límite a precios al alcance de la plebe apareció el Dios de la generación de muchos de vosotros. Aquellos que continuabais en clase coloquios que habían surgido en un tal messenger. Los que pasabais la tarde disparándoos con armas de destrucción masiva en mundos virtuales llamados Quake, Counter Strike, Unreal Tournament. Y resumíais vuestra vida en una foto sobre un fondo negro o rosa fucsia. Vosotros, la generación de internet.

Y yo me quedé fuera con mi viejo pentium de sólo dos dimensiones, desconectado en el prehistórico frío de una generación que no era la mía y a la que sin embargo pertenezco. La generación del ordenata.

(Si no conocéis la historia de Guybrush, no sois de la generación del ordenata)

Porque a mis padres eso de internet les sonaba demasiado a verbena y corrupción de menores. Y mi historial como escamoteador de revistas porno no hablaba a favor de mi candidatura a la conectividad -comparto con la generación de internet una escandalosamente precoz iniciación al onanismo-.

Por lo tanto no caí en las redes de la gran red hasta la mayoría de edad, cuando ya era demasiado tarde para mí, siempre un tanto desubicado virtualmente -algún día contaré la historia del Chema que entra en el baño de un bar y escucha al otro lado de la puerta, de boca de unos completos desconocidos, una fabulosa leyenda que incluye su nombre, el de una mujer y la palabra tuenti reiteradas veces-.

Pero no os envidio, querida iGeneration. Yo nunca vacié de libros mi mesilla de noche. Las tardes de invierno de mi infancia se llevaron el sabor de las historias de Gabriel Knight, cazador de sombras y Guybrush Threepwood, aspirante a pirata. Conozco el valor de un buen disco porque nunca he acumulado canciones que ni siquiera me sonaban. Soy capaz de transformar un paisaje silvestre en un Gernika, y cualquier otro Picasso en una foto de mi hermano haciendo la primera comunión. Puedo averiguar vuestras contraseñas y secretos con sólo acariciar ese aparato con teclas que apenas tuvisteis tiempo de aprender a utilizar. He pasado horas codificando, masterizando y ecualizando audio; días montando y filtrando pistas de vídeo. Y sé que cuando alguien dice lo jodidamente malo y peligroso que es windows, no está exagerando, y por eso nunca lo utilizo, porque sé cómo funciona.

(Mi escritorio mientras escribo estas líneas)

Pero aunque nunca me vayáis a encontrar online en el messenger de los cojones, porque os tengo a todos bloqueados, ni tenga perfil alguno en los myspaces, facebooks, fotologs y demás tuentis, que tanta fama me han dado en el pasado, internet es un sitio confortable para los carcas como yo. La última generación capacitada para sobrevivir en el mundo real, a base de una cultura y una creatividad que vosotros habéis perdido.

Sólo tenéis que comprobar la edad de los que crean los contenidos que vosotros consumís, pobre generación gris de la dependencia mutua. ¿Soy el único que tiene la sensación de que últimamente las ideas nuevas escasean?

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Arrugas que no se ven

lunes, 24 de noviembre de 2008

Pronto lejos nos quedarán estas noches embriagadas
por el olor de la promesa de ser jóvenes
ya nos ciñen demasiado los vestidos que tejimos
aprovechando los jirones de nuestras buenas intenciones
y los pétalos de cadáveres de rosa que recogimos
porque eran frágiles, bellos y sin futuro como nosotros

Romas sin remedio serán siempre nuestras aristas
desgastadas del constante rozar de soledades
y del recuerdo no se irán ya nunca las mentiras
que pronunciamos sin necesidad de abrir la boca
con la frescura del que sabe embozar con la sonrisa
las náuseas que desbordan saladas desde los ojos

Ya no ocurría muy a menudo y creo tener la certeza
de que ayer por la noche en aquella pista de baile
lo fui por última vez cuando en apenas un instante
nuestra vista coincidió en la espontaneidad de un sin querer
y mientras todos dibujaban paralelas al saltar
nuestras manos delinearon corazones en el aire

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No, no siempre...

viernes, 21 de noviembre de 2008


(Click para ampliar)

O no siempre los genios lo parecen (mierda, esta era más adecuada... en fin, otro día...)

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La canción de la semana: Hoppipolla

Soy un tipo radical, lo reconozco. A mi eso del post-rock me sonaba a soplamocos. Al soplamocos que te merecías por ser tan snob y escuchar esa mierda. Pero oye, llegaron estos islandeses. Y ahora, ahora el post-rock mola. Yo voy a muerte con el post-rock. Si el post rock tose yo le dono un pulmón. Y demás gilipolleces.

Porque soy un tipo radical, lo reconozco. Pero quién no lo sería al hablar de Sigur Rós. Si no los conoces hazme el favor de darle al play. Si los conoces ya lo habrás hecho.

Hoppipolla. No es un insulto. Es un puto regalo de Islandia.

                     

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Primer Festival Bacardi Alter Coruña 2008

martes, 18 de noviembre de 2008

Este próximo 20 de diciembre tendrá lugar en Expocoruña, a partir de las 20:30 y hasta las 7:00 de la madrugada del día siguiente, el I Festival Bacardi Alter. Las entradas costarán 20 euros por anticipado y 22 euros en taquilla.

(.) Hasta este punto la noticia

A partir de este otro la especulación (.)




Son las 10:00 de la mañana (vaaaale, en realidad son las 12) (y media) y un Chema recién desayunado escucha música en su habitación. De repente (chan-chan-chan-chan), un evento de last.fm sacude su atención, desperezándolo definitivamente. Concierto Coruña: Vetusta Morla (mola) + Russian Red (mola) + CatPeople (no mola).

Una sonrisa se dibuja en su cara y siente la necesidad de compartir su alegría con todo el mundo. Hace un año habría llamado por teléfono a alguien, hace un mes lo habría puesto en su tuenti, pero ahora tiene un blog cada vez más personal. Así que decide hacer un post al repecto.

No encuentra ningún cartel del evento en google. Pero qué importa. Chema es un artista y se lo curra él solito. Precioso le queda.

Qué le falta, qué le falta, qué le falta... ah, sí, contrastar la noticia, buscar fuentes más fiables que la tal Paula_Abbey de last.fm fan de los Beatles, The killers y Deluxe.

Tragedia: la única referencia que encuentra es este el-blog-más-cutre-del-mundo sobre el evento. Más tragedia: ni rastro de Vetusta Morla ni Russian Red. En su lugar anuncia Lory Meyers, un grupo de Vigo y varios DJ's. En la página de expocoruña silencio, claro.

A partir de aquí Chema se lo toma más en serio y decide comprobar las páginas webs de los grupos. Ni Russian Red ni Lory Meyers mencionan A Coruña en sus calendarios. Pero Vetusta Morla sí. Y Vetusta Morla mola.

Esto lleva a pensar a Chema que quizás la fan de los Beatles, The killers y Deluxe tuviese información privilegiada, el tipo de el-blog-más-cutre-del-mundo sea un poquitín gilipollas y el cartel no haya sido en vano después de todo.

(.) y final de la especulación. Y de la tercera persona.

De todas formas da igual, porque al final si voy... seguro que voy solo. Esto de tener amigos con gustos divergentes a los tuyos... es muy duro.



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Mi yo publicitario

lunes, 17 de noviembre de 2008

La única y miserable vía de escape para mi creatividad el tiempo que estuve sin escribir fue hacerme fotos a mi mismo (sí, exacto, levantando la cámara con la mano izquierda mientras miraba al infinito con cara de tener algún tipo de síndrome indefinible) y transformarlas en intentos de anuncio de revista.

Lo sé, lo sé... son bastante lamentables, sugieren algún tipo de carencia afectiva... y sin embargo me encantan. Debo ser uno de esos desvergonzados practicantes de la egolatría, pero así habló Zaratustra: "Ámate a ti mismo, así te amarán también los demás":








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El ejercicio más enriquecedor de vuestras vidas

Este post está dedicado exclusivamente a lectores varones de entre 17 a 24 años. Os voy a proponer el ejercicio más enriquecedor de vuestras putas vidas. Cojed un espejo y contempladlo detenidamente, sin prisas. Deleitaros en la conceptualización de su naturaleza de dos caras. Porque si es un espejo normal, tendrá dos caras. En caso contrario, dejad el utensilio que hayáis cogido donde estaba y pedidle a vuestra mamá o a vuestro compañero de piso un espejo. Ellos sabrán a lo que os estáis refiriendo.

Ahora, sujetad el espejo con las dos manos, asidlo con fuerza para que no se caiga y elevadlo lentamente hasta que esté dispuesto a la misma altura que vuestra cabeza. A continuación alejadlo más o menos cuarenta centímetros (cuarenta veces vuestra propia polla). Y miradlo. Si veis negro no os asustéis, y sobre todo no soltéis el espejo, es muy probable que se rompa y luego alguien os diga que vais a tener mala suerte. Significa simplemente que la cara que estáis observando no es la adecuada. Dadle la vuelta, muy despacio. Si seguís viendo negro, encended la luz de la habitación. Bien, ahora sí, veréis una cara.

Esa es vuestra cara.

Memorizadla. Acostumbraos a ella. Aprended a recordar cada rasgo de los que la componen. Mirad alternativamente el espejo y el vacío hasta que seáis capaces de ver en ambos lugares la misma cara. Os costará algunos minutos. Pero podéis hacerlo.

La próxima vez que veáis una mujer y os aceche la tentación de giraros hacia mí para entonar algún tipo de frase que contenga la palabra "chunga" paraos. Respirad hondo. Contad hasta diez. Y mientras estáis contando, con mucho cuidado, recordad el rostro que había en el espejo. Esa es vuestra puta cara. Y os daré 5 euros cada vez que sea más bonita que la de ella. Gilipollas.

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Amor en XII actos. Acto IX: Araña de metal

sábado, 15 de noviembre de 2008

Como una gota de agua a través de la hoja de un estilete, su percepción se dividió en dos, reagrupándose de nuevo unos instantes más tarde. Y aunque todo seguía igual, nada era ya lo mismo. Porque en el corazón de su juicio permanecían las partículas remanentes de aquella doble perspectiva. Que tenían un gusto cercano al sabor metálico de la sangre que le inundaba el paladar, la lengua, los dientes y la garganta.

De la teoría a la praxis. Silvio pensaba hasta ese momento que le gustaba la vida porque era todo lo contrario de lo que realmente era. La apariencia perceptible por un observador objetivo, el estímulo cosechado por una ristra de nervios vírgenes... era el resultado involuntario de un tamiz formado de redes de palabras trenzadas por el visor lógico común a la gente cuerda.

No tenía nada que ver con la realidad de las cosas que explotaba millones de veces dentro de un segundo para engendrar el siguiente. La realidad de las cosas hilando, enviando sus impulsos a través del caos, de la locura, del azar y del arte. Había que vivir ese instante. Había que ser el protaginista de cada estado de trance para poder llegar a sentirla. Era una percepción contraria al realismo. Tan bien entendida por los niños inocentes, por los borrachos filósofos, por los locos delirantes. Los demás se conformaban con verla a veces, en forma de destello, para olvidarla en seguida.

Esa realidad, pensaba, era contraria de necesidad a la apariencia. Pues la contrariedad era el único medio de subsistencia que le quedaba al asedio constante del aspecto engañoso y fácil de las cosas que tienen sentido. Y a través de las grietas que dejaba el mundo se colaba de golpe. Fuertes espasmos de realidad. Fuentes de búsqueda de explicaciones.

Y ahí estaba él, contra el suelo. Cuando su consciencia volvió a unirse, superada la hoja que la había cercenado, ellos ya se habían ido, su lugar ocupado por unas luces de ambulancia. Y hombres y mujeres cuyas voces no le eran familiares. Le dijeron que estaba bien. Le preguntaron que qué había pasado. ¿Qué había pasado? Intentó recordar.

Había quedado con Lucía. Como todos los sábados por la noche. El plan era reunirse con Saúl el idealista y su nueva novia en el Buda Tea. Resultó bastante aburrido. Últimamente todo se lo parecía. Ni el detalle del collar de perro que lucía la chica de Saúl despertó su interés.

Después llegó Roy. Acompañado de un tal Adrián, un tipo alto de cabeza rapada. Bajaron todos andando por Juan Flórez en dirección al Hard Rock Café. Sí, y el algún momento, les habían asaltado un grupo de gitanos. Todos habían salido corriendo. Él no se consideraba ningún héroe, simplemente no le había dado tiempo. Se ensañaron. Uno de ellos le rompió una botella de cerveza en la cabeza. No recordaba más.

¿Y dónde estaban todos?

A la mañana siguiente aparecieron sus padres para llevárselo. Del ambulatorio a casa. Le pareció gracioso. Casi se había olvidado de lo que significaba tener padres. El camino en coche transcurrió entre conversaciones intrascendentes sobre su estado actual y lo que tadaría en recuperarse. "El médico dice que necesitarás unos días de reposo, dos o tres, no más... casi no te quedará ninguna marca". "Aunque te han dado un montón de puntos, chaval, ya verás cuando se entere el abuelo, le encantan todas las historias que terminan con heridas y puntos, cuantos más puntos más le gusta la historia". Intuía que al abuelo esta no le gustaría demasiado. Pero no pensaba en eso. Poco a poco se habían ido abriendo paso en su cabeza los recuerdos de la mano de su madre vista desde abajo, llevándole a todos los lados cuando aún era niño. Los de su padre llegando a casa y despeinándole, a sabiendas de lo mucho que le molestaba.

Y todos esos recuerdos actuaron como un bálsamo. Al llegar a casa durmió veinte horas de un tirón. En el Astoria le dieron la baja, así que los días siguientes pudo pasarlos yendo de compras con su madre, comentando las noticias del periódico con su padre, recluído en su habitación viendo la tele, y escuchando esos viejos discos que casi había olvidado, Smushing Pumkins, Nirvana, The Doors, Blink 182... música para adolescentes que de repente le volvía a resultar agradable. Recibió una llamada el segundo día, pero tiró el móvil por la ventana sin mirar siquiera de quién era.

Cuando regresó al piso de los idealistas explicó que había perdido el teléfono en el incidente. En cuanto Lucía se enteró quiso verlo. Caminaron de la mano por el paseo marítimo. Eran las cuatro de la tarde y el sol brillaba más cerca del océano Atlántico que del cielo, con esa luz fría de noviembre que anuncia su inminente refugio entre montañas y montañas de nubes. Se pararon. Ella comenzó a besarle el cuello. La cicatriz del mentón. Las mejillas. Finalmente los labios. Y mientras Silvio saboreaba el beso ella le miró. Como sabiendo que en ese momento se encontraba ausente, como queriendo traerle hacia ella de nuevo. "Te quiero", le dijo. Silvio sonrió.

Sintió unas irrefrenables ganas de reir, sintió la carcajada subirle como una araña por la garganta. Dejando a su paso un gusto metálico en el sabor del beso, un gusto metálico en los ojos de Lucía, un gusto metálico en la luz que le enfriaba la cara. Todo sabía a metal. Como la sangre que aún le inundaba el paladar, la lengua, los dientes y la garganta. Fue consciente de que hacía unos momentos lo había visto todo claro. Pero se limitó a mirar a Lucía. "Te quiero". Y se besaron de nuevo.

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Una última vez (relato)

viernes, 14 de noviembre de 2008

Cuando alcé la vista, en la habitación oscura, supe que sería la última vez que te vería, y supe que tu no lo sabías, pues a simple vista las últimas veces son bastante iguales a todas las anteriores. Sólo a posteriori, con gran esfuerzo imaginario, podemos apreciar esos matices que las vuelven distintas.

Pero yo estaba herido de muerte. Y las heridas de muerte, además de la muerte, traen consigo una hilera de últimas veces, una soga de últimas veces que mientras te constriñe el cuello te otorga el talento secreto de ver la horca. De reconocerlas a veces.

Es curioso como podemos distinguir las primeras veces y no las últimas. Quizás porque primero sea la vida y último sea la muerte. El caso es que todos hemos sentido ese hormigueo de elefantes en lugar de hormigas que lucha por salir a la superficie, primero a través de nuestro cuerpo, después a través de todas las cosas. Y parece que todo temblase y bailase al son de ese terremoto risueño, parece que unas cosas fuesen a desbordarse sobre las otras, parece que estamos en un todo indistinto hecho de un líquido de olas hermosas. Y sentimos el abrazo antes de haberlo dado, y el beso antes de haberlo robado. Toda sensación se dilata así. En el tiempo y en el espacio. A veces sólo un poco... otras en cambio no se olvidan nunca. Adelante y atrás, adelante y atrás. Al ritmo de una marea sincronizada con cada racimo de aire que tomamos. Eso son más o menos, las primeras veces.

Todo lo contrario que las últimas, en las que todo está requieto, como hecho de piezas muertas formadas de elementos metálicos. Puede sentirse el retumbar de las cosas, no en los oídos, no como un eco... más como un rechazo. Tocar ya no es tocar, porque ya no se está tocando del todo. Se está un poco en despedida. Con los ojos ya mirando lo que verán desde entonces. No puedes del todo volver, porque aún no te has ido del todo. Pero ya no estás, porque las últimas veces son las definitivas.

Y cuando alcé la vista lo supe. Tu estabas sentada al borde de la cama, demasiado al borde, tan al borde que dudé si ya te habrías ido del todo. Alcé la mano y te sujeté la muñeca, y te diste la vuelta con una sonrisa de alguien que yo ya no conocía. Nos dimos un beso, más corto que el contacto torpe y gastado de nuestros labios. Te levantaste y fuiste andando descalza hasta el baño. Y recuerdo aquél sonido de tus pasos contra el parqué de caoba y el cambio al pasar al piso de azulejo del baño, y el sonido de la ducha. En ese momento estuve seguro. Porque no podía ya distinguir el sonido que escuchaba y el que ya estaba recordando.

Por primera vez me arrepentí de todo lo que no había hecho. De todas los caminos que no había tomado, como hacen los viejos. Era, para mí, la seña diáfana de que estaba acabado. La medida irrefutable de lo que me pesaba tu pérdida. Con ese peso de las pérdidas que empuja hacia arriba, mientras en el pecho algo se hunde hacia abajo. Creo que lloré, pero no estoy muy seguro. Porque nunca había estado menos en mi cuerpo. Si bien es cierto que después he estado menos aún de lo que aquella vez estuve.

Volviste vestida y recuerdo... recuerdo que el color de tus ojos parecía más fuerte. Pensé que ahí dentro algo se revelaba, algo luchaba por que me acordase de tus ojos. Algo dentro de tus ojos que me abrazaba, haciéndolos brillar más fuerte y más azules que nunca. O quizás siempre habían sido de esa forma, y hube de esperar a perderlos para darme cuenta y echarlos de menos. Porque en ese momento ya no los tenía del todo.

Quién sabe. Tus ojos eclipsaron tus palabras. Sonreías distraída, como si la sonrisa no fuera para mí y fuese para otro que yo no veía. Supongo que sería parte de alguna rutina. Que irías a algún sitio al que solías ir, a la hora convenida de todos los días. Quizás un trabajo, o un amante con coartada. No lo recuerdo, así que no es importante. Lo importante es que te ibas. Y yo sabía que sería la última vez que iba a verte. Y no dije nada. Podía haberte dicho cualquier cosa, para que te fueses pensando en mí mientras te marchabas. Se me daba bien decirte cosas bonitas. No tengo mérito, siempre me lo pusiste tan fácil, con esa cara de ángel y ese cuerpo de leona. Y cualquier cosa habría bastado para asegurarme de que no pensabas en esa otra cosa a la que sonreías en la habitación. Que pensabas en mí mientras te morías.

Me habría conformado con haberte dicho te quiero. Casi no te lo decía. Todas esas mujeres idiotas me quitaron la costumbre. Y fuiste a la que menos se lo dije de todas. El ardor de la garganta, el saltar de las lágrimas... y tú que me preguntabas si temblaba de frío. Sin suponer siquiera que temblaba de contención de un te quiero.

¿Te acuerdas de esa gitana que no supo leerte el futuro? Ahora puedo ver que estabas asustada, tú que creías en todas esas cosas de las estrellas y eras tan sensible para los significados ocultos. Y entonces ni siquiera me di cuenta. Me pregunto cuán muertas deben estar esos otros seres, esas gitanas cubiertas de misterio que pueden ver el futuro. Porque qué es el futuro más que una sucesión de otras veces. Y qué son otras veces, más que aquellas que podrían ser las últimas.

Ya nada importa. Tú estás aquí enterrada y ni siquiera puedes oirme. Nada de esto debería haber pasado, habríamos sido felices. ¡Me escuchas, maldita zorra, habríamos sido felices! ¿Acaso no lo éramos? El otro también está muerto, pero supongo que te da igual. Supongo que no le querías, siempre fuiste un poco de esas que hacen las cosas porque son divertidas. Por romper la rutina. Sin importarte el daño que me hacías. Pero yo gano. Porque como decía mi madre, los auténticos golpes no son los que te joden, sino los que te dejan jodida. Descansa en paz, allá donde estés. Si puedes verme, sabrás que esta es la última vez que vengo a llorar a tu tumba.

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La canción de la semana: Nobody's perfect

Esta semana he elegido (suena como si lo hiciese todas las semanas, y bien puede decirse que es la primera) un tema de Dios (Malos), un grupo californiano de hace pocos años que saltó a la fama internacional por meter dos de sus temas (You got me all wrong y Everything) en la banda sonora de la serie de televisión The O.C.

No es que fueran gran cosa... pero si tuviese que hacer un recopilatorio de mis canciones preferidas, incluiría sin duda este Nobody's Perfect. Supongo que porque para mí tiene un significado especial. Aunque visto de otro modo, no lo tendría si no me encantase.

Os pongo una versión en directo que encontré por casualidad, y que en lugar de teclado recurre a la guitarra. Y donde esté una buena guitarra...

                     

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El retorno

viernes, 7 de noviembre de 2008

Me gustaría que esta entrada no fuese necesaria. De hecho, he pasado un buen rato cavilando si lo sería. Tiempo malgastado. Porque nada más agarrar el teclado la dureza de las teclas y la gandulería de las palabras me lo han dejado bien a las claras. Un mes es mucho tiempo, colega. Ya no contábamos contigo. Sí, como saludar a un grupo de viejos amigos. Y notar al instante que han estado hablando de ti. Y no demasiado bien.

En el segundo párrafo llegan los porqués. Y sus no lo sés dándoles réplica. A mi qué me contáis, la vida es así, ya sabéis. Uno no elige su destino. Y muchos etcéteras. Pero seamos francos, siempre se pueden alegar garzones (chiste fácil, lo siento). Quiero decir, que siempre es posible tratar de explicarse. Y si no sabes por dónde empezar, el principio tiene toda la pinta de ser una buena elección.

Un buen día dejé de fumar. Digo un buen día a priori, porque a posteriori ha sido bastante jodido. Pero por convención social diré que fue positivo. Pese a engordar cinco kilos en una semana. Consecuencias... algo tan natural como sentarse, encender un cigarrillo y pensar sin estar pensando, dejando que piense solo, que las cosas aparezcan en la cabeza... desapareció. Así es como se pierde un hábito. A fuerza de arrancarte otro.

Aparte de eso, las cosas no me han ido muy bien últimamente. Es como cuando crees que estás viviendo una historia, y un giro argumental desvela que estabas viviendo otra. Como el final del sexto sentido. Sí, nos entendemos. Y cuando las cosas empiezan a venir mal, parece que se ponen de acuerdo. Quizás por primera vez necesitaba realmente alguien que me salvase. En fin, demasiadas cosas en la cabeza, y demasiado reales.

Y hay formas y formas de reaccionar. Aunque quizás todo se reduzca a las cinco fases del duelo. Ya sabéis: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Aunque yo no negocio demasiado, es increíble lo ajustada a la realidad que en ocasiones está la psicología. Ahora estoy saliendo de la fase depresiva. Así que es buen momento para escribir de nuevo. O tanto como otro cualquiera.

Como en todo regreso al hogar hay que traerse algún regalo, el mío será llevar este blog por un derrotero más personal y cercano. Por el momento, he hecho algún que otro cambio estético: mejora de las fuentes utilizadas, uso linux y no lo había notado pero eran casi ilegibles en windows; comentarios incrustados en la propia página, antes incompatibles con mi plantilla y el nuevo gadget followers, que he renombrado como lectores, el intento de google por consolidar blogger como una red social. Además, la canción de la semana será realmente una diferente cada semana, que desde que la hice aparecer no la he cambiado nunca. Y finalmente, y dada la práctica defunción del blog de los gaiteiros, he pensado en recuperar la línea de las mitificadas por todos cronotajas y chematajas (hay que reconocer que fue un formato de indudable impacto social, ambos autores recibimos amenazas, las mías de muerte), en una nueva sección cuyo nombre aún no he pensado. ¿Alguna idea?

En fin, sólo me resta agradeceros todas las visitas y todos los comentarios que habéis dejado estas tres semanas, estoy deseando devolvéroslos reiteradamente. Nada más. Capítulo 93, pasemos de página.

P.D.: Estudiantes de Salamanca, prometo ponerme con Silvio mañana mismo :)

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Dos centímetros

martes, 14 de octubre de 2008

Son apenas dos centímetros de esperanza
dos centímetros capaces de doblegar la balanza
que mide el peso de mis pasos en talento.

Apenas dos centímetros de himen secreto
entre las piernas de cada uno de mis sueños
la superficie dactilar por la que transcurre
el tren que rasga y arrastra mis momentos.

Dos centímetros que Dios deja de blanco
entre los párrafos de su cuaderno de fortuna
dos centímetros para que nosotros los llenemos
sin tinta, ni lienzo, ni rúbrica...
en verso, siempre en verso, dos centímetros
perdidos entre tu cuerpo.

Dos centímetros capaces de devolver los besos
de los tacones de la vida sobre el asfalto de mi pecho.

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Ein kompliment

Me gusta el sabor de tus ojos...

Me gusta porque saben a madera de refugio de montaña y a pastel de avellanas caliente en el desayuno, y saben a cuerpo desnudo. Saben a esos árboles en los que querrías escribir tu nombre para que estuviese allí siempre, pero no lo haces porque no quieres estropear la corteza. Y saben a la certeza de estar vivo, ya sabes, siento luego existo. Saben a esas miradas que marcan y que se ven una sola vez furtiva en una desconocida que pasa y se pierde, saben al calor de una hoguera en un bosque frío y oscuro. Saben a presente porque a futuro. Porque saben a querer estar mirándolos toda la vida. Saben a vainilla tostada rellena de mares de vino tinto, porque embriagan hasta el naufragio. Saben a presagio de risas coqueteando con lágrimas de pura alegría. Saben a saliva dulce resbalando por los labios sedentos del que los ama. Saben a te quieros velados que juegan a blancearse de cada una de tus pestañas. Esos te quieros juguetones que no puedo decir pero que me golpean hasta morir contra el cielo de mi boca.

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Hombres

lunes, 6 de octubre de 2008

Hombres arados de sueños caminan
sembrados de esperanza trabajan cada paso
bregan el rumbo del surco de los días
exhalan sudor, inspiran fracaso.

Son como gigantes recubiertos de polvo
lanzando sus ruegos hacia el cielo nublado
el valor se les filtra por entre las grietas
de su piel reseca, de su rostro encallado.

A través de los tiempos elevan sus siluetas
y sus raíces se hunden devorando el pasado
con los brazos pretenden abarcar las estrellas
pero manchadas de tierra tendrán siempre las manos.

La lluvia les encharca, el viento les estremece
el dolor es el linde que cercena su carne
la vida no es más que una tregua permanente
de a poco un hombre nace, de a poco otro es segado.

Ser hombres es su pecado, y la única semejanza
que encuentro en los ojos de todos esos salvajes
ya sean eriales pedregosos o floridos paisajes
son campos arados de sueños, sembrados de esperanza.

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Amor en XII actos. Acto VIII: Madurez

miércoles, 1 de octubre de 2008

El primer síntoma de la madurez es el aburrimiento. De repente, el futuro inmediato se vuelve predecible. Los trucos comienzan a desvelarse por entre las rendijas. La decepción es inevitable. Porque antes ahí había magia.

Silvio abrió los ojos aquella mañana sintiendo dolor de cabeza. Y con la sensación de que el día corría ajeno a él tras las persianas. Deseó detenerlo para preguntarle cómo le iba. Pero se sentía demasiado cansado para esfuerzos sobrehumanos. Pese acabar de despertarse.

Se puso la bata y salió al salón, donde los cuerpos de los idealistas descansaban frente el televisor. Parecía que estuviesen muertos. Se le hizo duro reconocer que eso le gustaría en ese momento. La sensación de pesar duró un instante, desvaneciéndose justo antes de que que Roy abriese la boca delatando la realidad.

Estaban hablando sobre mujeres. Los viejos clichés de siempre. Roy y un desencuentro con una chica que le gustaba. Pero que hoy era una puta. Jodidos idealistas, no servían para nada más que quejarse. El mundo iba como iba, cuándo coño lo entenderían. Despotricó un poco contra las mujeres, no le apetecía discutir. "Somos los idealistas, no necesitamos mujeres" dijo Saúl. Lo que tú digas Saúl. Puto reprimido inseguro de los cojones.

Silvio se preparó un sándwich de jamón y queso. Mientras se tostaba fue a la habitación para vestirse. Camiseta, vaqueros, zapatillas. Sólo le quedaban unas presentables, así que la elección no era difícil. Pensó que quizás algún día no tendría con qué calzarse y terminaría atrapado en ese piso hasta que alguien le rescatase.

Salió a la calle. Las nubes no cubrían completamente el azul del cielo, pero el frío que colgaba del viento le recordó que era octubre. El puto aliento del invierno. Se dirigió a la parada de autobús, no le apetecía conducir. Pagó su viaje, nunca había sido muy bueno con las tarjetas. Todo ese rollo de papeles y recargas le daba dolor de cabeza.

El segundo síntoma de la madurez es el cambio. Porque el que antes era espectador de repente gira la cabeza y ve que aún hay público en las butacas. Y que miran con atención al escenario, esperando que los sorprendan con algo nuevo.


Se sentó en el segundo de una pareja de asientos libres, mirando por la ventana. No pensaba en nada. A la siguiente parada notó que alguien se le había sentado al lado. Supuso que sería una señora mayor. Tenían la puta manía de sentarse junto a él, con sus putas bolsas y su colonia barata. Pero resultó ser una chica de ojos azules y pelo rubio. Y resultó que olía bien.

"Pensé que serías una vieja, me has dado la alegría del día. No soporto los perfumes de la gente mayor. En serio, son perfumes violadores, se te meten por la nariz sin preguntar si quieres que pasen y, al menos a mí, me desgarran la pituitaria, te juro que un día me bajé del autobús y a los dos minutos me di cuenta de que estaba sangrando por la nariz."

Soltó la parrafada sin esperar respuesta. Las chicas monas no solían contestar demasiado vehementemente. O bien creían que eras un perturbado o simplemente no encontraban las palabras. Pero a la chica rubia de ojos azules y olor agradable le dio por reír. Y lo más sorprendente de todo, le dio por continuar la conversación.

"Deberían encarcelar a todas las mujeres a partir de los 50 años, ¿no crees? Se nos caen las tetas, nos volvemos respondonas, el gusto se nos queda desfasado, ocupamos dos asientos en los autobuses..."

Silvio no daba crédito. La respuesta era condescendiente pero agresiva.

"Bueno, sabes, me preocupas, donde tienes tatuada la esvástica, es en el otro lado del cuello, ¿verdad? Por eso no me he fijado, entiende mi error. Yo creo en la libertad y la democracia. Jamás encerraría a las señoras de más de 50 por el hecho de ser señoras de más de 50. Pero haría un test a toda la población a esa edad. Un test de una sola pregunta. Y si contestan que no los quemaría a todos vivos"

El tercer síntoma de la madurez es el aprendizaje. El redescubrimiento de la magia que mueve el mundo. De la gracia del engaño. El entendimiento de que hay que para decir la verdad sólo hay que ser sincero. Pero hay que ser muy fuerte, muy equilibrista y muy poeta para trazar mentiras que superen a la verdad. Sin que nadie salga herido.

"¿Y qué pregunta sería?"

"¿Te apetece echar un polvo?"

La miró fijamente a los ojos mientras decía esto. Ella se quedó callada unos segundos, como enganchada a la picardía que sin querer le dibujaba una sonrisa en la cara. Entonces comenzó a reírse. A carcajadas forzadas.

"Muy buena pregunta. Yo me bajo aquí. ¿Te quedas?"

"No, es justo, justo, justo... mi parada"

No lo era, pero qué importaba. No recordaba para qué coño se había subido a ese autobús. La chica de ojos azules y pelo rubio caminaba dando saltitos. Debía tener unos 28 años. Aunque en ese momento aparentaba diez menos. Entró en una cafetería. Silvio la siguió sin preguntar, intuyendo que no le molestaría. Por su parte, ni siquiera sabía en qué parte de la puta ciudad estaba.

Ocuparon una mesa vacía cualquiera. Porque todas estaban vacías. Ella sacó un cigarrillo y le ofreció. Él aceptó. Lo estaba dejando por manías de Lucía. Aguantar sin fumar las horas que pasaba con ella era demasiada tortura, además de una buena razón para decir que lo estaba dejando. Continuaron hablando. Como una coartada para mirarse a los ojos. Como escusas para sonreírse de vez en cuando. Y poder acercar la cara a la del otro sin que pareciese que estaban intimando demasiado.

Silvio le dijo que era escritor, y que mientras se ganaba la vida trabajando en la cafetería del Astoria. "Un bohemio, se te nota, eres un encanto". Ella era decoradora de interiores, pero mientras, se ganaba la vida trabajando en una tienda de muebles llamada La sonrisa de Pandora. Tenía el pelo verdaderamente rubio, y los ojos verdaderamente azules. Era hipnótico.

El cuarto síntoma de la madurez es el hallazgo. El encuentro con la identidad propia. El fin de las preguntas porque se acabaron las respuestas. Porque todas las respuestas comienzan en uno mismo.

"Tengo que ir al servicio. Prométeme que te quedarás quietecito." "No pienso ir a ningún sitio." Esperó unos segundos. Se levantó, pagó los cafés y salió a la calle. El cielo se había despejado y hacía un día estupendo. Caminó calle abajo y calle arriba relajado, como acariciando la voluptuosidad de la Coruña bajo sus pies. Llegó finalmente a la zona del puerto. Retorció un par de calles hasta el portal de Lucía y llamó al timbre.

Ella le recibió desnuda. Sus compañeras no estaban. Estaba desayunando, pese a ser las cinco de la tarde. Sin decir nada le sirvió café. Él se distrajo viendo como se deshacía, mezclándose con la leche, dejando de ser café, tan negro y tan fuerte, para convertirse en algo con menos aroma e intensidad. En algo domesticable en el paladar, ajustable a rutinas de consumo, sin necesidad de edulcorantes añadidos. Recordó todos los que había servido y el que acababa de tomar.

La miró a los ojos y sonrió despreocupado. Ella bebía con las piernas dobladas, los pies sobre la silla, tapándose los senos con las rodillas, los ojos bajos. Le miró. En sus iris rebeldes no se filtraba la leche. Deseó que nunca claudicaran ante el empuje de ese blanco. Que nunca fuesen digeribles de un sólo trago. Ya no le acobardaban, pero seguían intimidándole como aquella primera vez en el Astoria. Se dio cuenta de que le gustaba trabajar allí porque la recordaba sentada. Aunque ella nunca hubiese vuelto a aparecer.

El quinto síntoma de la madurez es la capitulación. Porque tarde que temprano el resto de síntomas pierden su sentido. Se encuentra a alguien que de verdad hace magia. Y el truco es el propio efecto. Y el efecto es ella.

Se acercó a gatas hasta Lucía. Colocó la cabeza entre las dos piernas de ella y comenzó a besarle los muslos. Ella seguía seria, mirando su café. Pero dejó de beberlo. Al rato comenzó a reírse. "Eres un hijo de puta." "Sí, lo soy, un hijo de puta con mucha suerte."

La llevó a la cama en brazos. Hicieron el amor en una cabalgada larga y lenta. Ella se dio la vuelta cuando hubieron terminado dejando la espalda descubierta para los besos con los que Silvio comenzó a trazar dibujos abstractos. Hasta que sintió que se había quedado dormida. Ningún tipo de perfume decoraba su piel. Y sin embargo olía mejor que todas esas pieles que se agolpaban contra el cristal de la habitación.

No tenía sueño. Demasiado café, quizás. Se tumbó boca arriba. Mirando al techo. Pensando que pocos son los que cuando les preguntas por su primer amor aciertan. Porque el primer amor casi nunca es el del instituto. El primer amor es el último.

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