Amor en XII actos. Acto IX: Araña de metal

sábado, 15 de noviembre de 2008

Como una gota de agua a través de la hoja de un estilete, su percepción se dividió en dos, reagrupándose de nuevo unos instantes más tarde. Y aunque todo seguía igual, nada era ya lo mismo. Porque en el corazón de su juicio permanecían las partículas remanentes de aquella doble perspectiva. Que tenían un gusto cercano al sabor metálico de la sangre que le inundaba el paladar, la lengua, los dientes y la garganta.

De la teoría a la praxis. Silvio pensaba hasta ese momento que le gustaba la vida porque era todo lo contrario de lo que realmente era. La apariencia perceptible por un observador objetivo, el estímulo cosechado por una ristra de nervios vírgenes... era el resultado involuntario de un tamiz formado de redes de palabras trenzadas por el visor lógico común a la gente cuerda.

No tenía nada que ver con la realidad de las cosas que explotaba millones de veces dentro de un segundo para engendrar el siguiente. La realidad de las cosas hilando, enviando sus impulsos a través del caos, de la locura, del azar y del arte. Había que vivir ese instante. Había que ser el protaginista de cada estado de trance para poder llegar a sentirla. Era una percepción contraria al realismo. Tan bien entendida por los niños inocentes, por los borrachos filósofos, por los locos delirantes. Los demás se conformaban con verla a veces, en forma de destello, para olvidarla en seguida.

Esa realidad, pensaba, era contraria de necesidad a la apariencia. Pues la contrariedad era el único medio de subsistencia que le quedaba al asedio constante del aspecto engañoso y fácil de las cosas que tienen sentido. Y a través de las grietas que dejaba el mundo se colaba de golpe. Fuertes espasmos de realidad. Fuentes de búsqueda de explicaciones.

Y ahí estaba él, contra el suelo. Cuando su consciencia volvió a unirse, superada la hoja que la había cercenado, ellos ya se habían ido, su lugar ocupado por unas luces de ambulancia. Y hombres y mujeres cuyas voces no le eran familiares. Le dijeron que estaba bien. Le preguntaron que qué había pasado. ¿Qué había pasado? Intentó recordar.

Había quedado con Lucía. Como todos los sábados por la noche. El plan era reunirse con Saúl el idealista y su nueva novia en el Buda Tea. Resultó bastante aburrido. Últimamente todo se lo parecía. Ni el detalle del collar de perro que lucía la chica de Saúl despertó su interés.

Después llegó Roy. Acompañado de un tal Adrián, un tipo alto de cabeza rapada. Bajaron todos andando por Juan Flórez en dirección al Hard Rock Café. Sí, y el algún momento, les habían asaltado un grupo de gitanos. Todos habían salido corriendo. Él no se consideraba ningún héroe, simplemente no le había dado tiempo. Se ensañaron. Uno de ellos le rompió una botella de cerveza en la cabeza. No recordaba más.

¿Y dónde estaban todos?

A la mañana siguiente aparecieron sus padres para llevárselo. Del ambulatorio a casa. Le pareció gracioso. Casi se había olvidado de lo que significaba tener padres. El camino en coche transcurrió entre conversaciones intrascendentes sobre su estado actual y lo que tadaría en recuperarse. "El médico dice que necesitarás unos días de reposo, dos o tres, no más... casi no te quedará ninguna marca". "Aunque te han dado un montón de puntos, chaval, ya verás cuando se entere el abuelo, le encantan todas las historias que terminan con heridas y puntos, cuantos más puntos más le gusta la historia". Intuía que al abuelo esta no le gustaría demasiado. Pero no pensaba en eso. Poco a poco se habían ido abriendo paso en su cabeza los recuerdos de la mano de su madre vista desde abajo, llevándole a todos los lados cuando aún era niño. Los de su padre llegando a casa y despeinándole, a sabiendas de lo mucho que le molestaba.

Y todos esos recuerdos actuaron como un bálsamo. Al llegar a casa durmió veinte horas de un tirón. En el Astoria le dieron la baja, así que los días siguientes pudo pasarlos yendo de compras con su madre, comentando las noticias del periódico con su padre, recluído en su habitación viendo la tele, y escuchando esos viejos discos que casi había olvidado, Smushing Pumkins, Nirvana, The Doors, Blink 182... música para adolescentes que de repente le volvía a resultar agradable. Recibió una llamada el segundo día, pero tiró el móvil por la ventana sin mirar siquiera de quién era.

Cuando regresó al piso de los idealistas explicó que había perdido el teléfono en el incidente. En cuanto Lucía se enteró quiso verlo. Caminaron de la mano por el paseo marítimo. Eran las cuatro de la tarde y el sol brillaba más cerca del océano Atlántico que del cielo, con esa luz fría de noviembre que anuncia su inminente refugio entre montañas y montañas de nubes. Se pararon. Ella comenzó a besarle el cuello. La cicatriz del mentón. Las mejillas. Finalmente los labios. Y mientras Silvio saboreaba el beso ella le miró. Como sabiendo que en ese momento se encontraba ausente, como queriendo traerle hacia ella de nuevo. "Te quiero", le dijo. Silvio sonrió.

Sintió unas irrefrenables ganas de reir, sintió la carcajada subirle como una araña por la garganta. Dejando a su paso un gusto metálico en el sabor del beso, un gusto metálico en los ojos de Lucía, un gusto metálico en la luz que le enfriaba la cara. Todo sabía a metal. Como la sangre que aún le inundaba el paladar, la lengua, los dientes y la garganta. Fue consciente de que hacía unos momentos lo había visto todo claro. Pero se limitó a mirar a Lucía. "Te quiero". Y se besaron de nuevo.

4 garabatos:

Eva Torices dijo...

Me cautiva el texto, y sin embargo no puedo ver esa realidad, ni intuirla, ni si quiera pensar en tirar el móvil. Nunca me han roto una botella en la cabeza.

Chema dijo...

Feliz ceguera, es ese caso :)

Anónimo dijo...

Bienvenidos sean Lucía y Silvio!!!

Qué alegría!!xD

Lucía me está volviendo a caer algo mejor... (hubo un momento en que la cogí un poquito de manía)

=)

Chema dijo...

A mí también :)

La verdad es que cada vez me replanteo más las cosas con esta historia. Y creo que al fin he dado con la idea adecuada.

Aunque soy de los que piensan diferente cada mañana.

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