El boom de la informática de consumo me agarró rondando yo la tierna edad de ocho años, con mis padres cavilando la adquisición de la Larousse Ilustrada, eje central de toda cultura doméstica que aspirase a aparecer en algún mapa. Adalides de lo moderno los dos, se dejaron trescientas cincuenta mil pelas de las de mucho antes en un ordenador IBM. En cómodos plazos y sin intereses.
Según el señor del Corte Inglés eran de los mismitos que usaban los de la NASA, amigos suyos. Perfecto para dar un empujoncito en la dirección correcta a un niño que no se sabía si era imbécil o superdotado.
El bendito cacharro era un Pentium 150 con 16 Mb de memoria compartida y 2 Gb de disco duro. Mi padre desconfiaba, pero se cercioró en repetidas ocasiones del punto que hacía valer aquella suma de dinero: ¿Pero trae la Encarta, no?
Sí, la traía, y lo reconozco. Después del que la escribió apuesto a que soy el ser humano que más se ha recreado en su lectura. El ochenta por ciento de mis conocimientos de cultura general terminan con un copiright de Microsoft -Gracias, Billy Gates-. Así que de alguna manera mis padres acertaron. Y sin embargo ese Pentium iba a marcar mi vida de una forma mucho más profunda, si cabe. Condenándome a ser un vestigio desfasado de otra época.
El furor de los genéricos, esos puzzles que ensamblaban silicio y felicidad, se desató como una epidemia. En el recreo los nenes ya no hablábamos de fútbol. Discutíamos la conveniencia de asumir el salto de precio entre un Pentium MMX y un Pentium 2, sobre si era mejor decantarse por una tarjeta aceleradora de gráficos 3D ATI Phoenix o por una Banshee Voodoo 2, o lo bien que se escuchaban las tarjetas de sonido Sound Blaster combinadas con un subwoofer.
¿Consecuencia? En unos pocos meses todo el puto vecindario tenía ordenadores diez veces mejores que el mío y tres veces más baratos.
Y en este escenario de prestaciones sin límite a precios al alcance de la plebe apareció el Dios de la generación de muchos de vosotros. Aquellos que continuabais en clase coloquios que habían surgido en un tal messenger. Los que pasabais la tarde disparándoos con armas de destrucción masiva en mundos virtuales llamados Quake, Counter Strike, Unreal Tournament. Y resumíais vuestra vida en una foto sobre un fondo negro o rosa fucsia. Vosotros, la generación de internet.
Y yo me quedé fuera con mi viejo pentium de sólo dos dimensiones, desconectado en el prehistórico frío de una generación que no era la mía y a la que sin embargo pertenezco. La generación del ordenata.
(Si no conocéis la historia de Guybrush, no sois de la generación del ordenata)
Porque a mis padres eso de internet les sonaba demasiado a verbena y corrupción de menores. Y mi historial como escamoteador de revistas porno no hablaba a favor de mi candidatura a la conectividad -comparto con la generación de internet una escandalosamente precoz iniciación al onanismo-.
Por lo tanto no caí en las redes de la gran red hasta la mayoría de edad, cuando ya era demasiado tarde para mí, siempre un tanto desubicado virtualmente -algún día contaré la historia del Chema que entra en el baño de un bar y escucha al otro lado de la puerta, de boca de unos completos desconocidos, una fabulosa leyenda que incluye su nombre, el de una mujer y la palabra tuenti reiteradas veces-.
Pero no os envidio, querida iGeneration. Yo nunca vacié de libros mi mesilla de noche. Las tardes de invierno de mi infancia se llevaron el sabor de las historias de Gabriel Knight, cazador de sombras y Guybrush Threepwood, aspirante a pirata. Conozco el valor de un buen disco porque nunca he acumulado canciones que ni siquiera me sonaban. Soy capaz de transformar un paisaje silvestre en un Gernika, y cualquier otro Picasso en una foto de mi hermano haciendo la primera comunión. Puedo averiguar vuestras contraseñas y secretos con sólo acariciar ese aparato con teclas que apenas tuvisteis tiempo de aprender a utilizar. He pasado horas codificando, masterizando y ecualizando audio; días montando y filtrando pistas de vídeo. Y sé que cuando alguien dice lo jodidamente malo y peligroso que es windows, no está exagerando, y por eso nunca lo utilizo, porque sé cómo funciona.
(Mi escritorio mientras escribo estas líneas)
Pero aunque nunca me vayáis a encontrar online en el messenger de los cojones, porque os tengo a todos bloqueados, ni tenga perfil alguno en los myspaces, facebooks, fotologs y demás tuentis, que tanta fama me han dado en el pasado, internet es un sitio confortable para los carcas como yo. La última generación capacitada para sobrevivir en el mundo real, a base de una cultura y una creatividad que vosotros habéis perdido.
Sólo tenéis que comprobar la edad de los que crean los contenidos que vosotros consumís, pobre generación gris de la dependencia mutua. ¿Soy el único que tiene la sensación de que últimamente las ideas nuevas escasean?
Hace 3 horas
5 garabatos:
Tu historia es parecida a mi historia. Si le sumas un inves comprado en el Corte Inglés en 1997, con windows 95, para que a los dos días todo el mundo tuviera el 97.
Los primeros meses del superordenador con windows (ya no era ms-dos o como se llamara)a mi ni me dejaban tocarlo porque era muy chica, y pagaban a un profe particular - no tenía más de 20 y cara de "sabelotodo"- que venía cargado con su ordena propio,al menos ese sí que me dejaban usarlo. Pero de tocar el inves ni pensarlo.
No fue hasta 2003 que nos deshicimos de él. Pero imagínate que drama, 2003 y yo con windows 95, pero para mi santa madre seguía siendo "el mejor cuando lo compramos". Y no, no había manera de convencerla de lo contrario.
Ahora si, ¿me cuentas la historia de ti, una mujer y tuenti?
Yo tenía un 386, mucho anterior al Pentium, con su monitor VGA de 256 colores y discos de 5 1/4, con 720 Kb de capacidad. Antes había tenido un AMSTRAD. Entonces le dije a mis padres que necesitaba un ordenador nuevo, y ellos decían que para qué, que ya tenía 2. Tenían razón, pero nunca entendieron que yo acababa de comenzar la carrera de ingeniería en informática, y que quizás sí me hacía falta.
Tuve que gastar mis ahorros del trabajo del siguiente verano para actualizar el puto PC al Pentium que vosotros teníais.
Hey, no os quejéis, somos la generación del ordenata, molamos más que la coca-cola, todavía podemos desenchufarnos cuando queremos :)
La conversación sobre yo, el tuenti y la muchacha requiere de demasiados detalles para ser medianamente entendible.
Pero la sensación de que completos desconocidos conocen tu nombre, tus amistades e incluso tu forma de ser... no es agradable.
O la mítica frase nocturna: Yo sé quién eres, eres el que "cualquier cosa imaginable" en el tuenti!!!
jajajajjaja
yo no recuerdo como se llamaba el primer ordeandor que tuve... se que tendría sobre unos 8 o 10 años mas o menos... ye ra un windows anterior al 95, porque después me puesieron ese.Y con el siguiente ordenador que compraron llegó el 98.
Respecto al tuenti... es verdad que es asombroso reconocer y que te reconozcan por el tuenti dichoso!!Y la mítica frase...jjajajaja es muy cierta, pero da miedo!!xD
Muy curiosa esta entrada!me ha hecho reirme un rato!
No se si fue asi o no, pero mas o menos.
el "no se si fue asi o no, pero mas o menos" del final se me ha colado ahí abajo, en realidad va despues de "el 98."
Sólo aclaro.
Disculpa por gastar una entrada más con esto.
Bye!!=)
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