La fiesta (I de II)

miércoles, 20 de agosto de 2008

Su aparición no me causó sorpresa alguna. Nadie la esperaba esa noche, pero yo la esperaba siempre. Estaba acostumbrado al ritual, hasta hacérseme casi mecánico y soporífero. Ella saludaría y hablaría con todos los presentes menos conmigo. Entonces se apoyaría en algún sitio. Y mientras alguien intentaba flirtear con ella, simulando distracción, me miraría.

Entonces yo podría acercarme. Era un permiso tácito. Tendría que inventar alguna situación graciosa que me permitiese quitarle al pesado de turno de encima, poniéndolo en evidencia de modo que se sintiese ridículo pero no ofendido y se marchase. Ella arrastraría las palabras, como siempre, y con una mirada de prostituta de lujo de película de época pondría un dedo sobre mi pecho. Yo la haría reir. Y me reiría con ella. Inventaríamos un juego propio, en el que los demás presentes serían actores secundarios y nosotros destacados protagonistas. Y bajo esa mano rápida de pintura, podríamos volver a besarnos.

Sin embargo, en esta ocasión decidí no acercarme, ignorándola voluntariamente desde el momento en que tomó apoyo en la pared. Busqué con la vista una distracción cualquiera, e inesperadamente encontré algo perfecto. Una chiquilla de menos de 20 años que nunca había visto antes, lo que cuando llevas frecuentando la misma gente durante casi una década, se hace bastante interesante.

Aún sabiendo que acercarme tan directamente a ella era un poco vulgar, sobre todo teniendo en cuenta que ya llevaba unas copas encima, la miré directamente a los ojos mientras avanzaba por el camino más corto. Le dije mi nombre y ella me dijo el suyo: Tupemaca. Me pilló completamente por sorpresa.

-Bonito nombre
-Tienes un gusto pésimo
-No es culpa mía, nací así.
-Lo comprendo. Es lo que piensa todo el mundo. Soy gordo, feo, bajito, tonto... pero yo no tengo la culpa. Nací así.
-No, quiero decir que pese a los esfuerzos de mis padres por inculcarme una mala educación, nací cortés. Veo que los tuyos tuvieron mucho éxito.
-¿Quién es la mujer que está apoyada en esa columna?
-Seguramente alguien a quién no le sentaría demasiado bien que te refirieses a ella como una mujer.
-¿Sometiéndose a un cambio de sexo? Es curioso, el femenino le sienta francamente bien.
-No, pero tiene pinta de considerarse demasiado joven para el apelativo.
-Entonces la conoces. Ella no paraba de mirar hacia aquí hasta que hemos empezado a hablar sobre ella. No sabía si es que tu no serías tan feo como a mi me parece o si ella sería lesbiana.
-Es lesbiana.
-Entonces voy a hablar con ella. Yo soy curiosa.
-Lo único que detestamos más los hombres en una mujer que el lesbianismo y la estrechez es la curiosidad. Pásalo...

Pero ya se había ido. Lo que siguió fue bastante espectacular y lo recordaría durante dos semanas, y más adelante de vez en cuando. Tupemaca se acercó al tío que hablaba con mi mujer y le arrojó el contenido de su vaso a la cara al grito de "¡cerdo!". Esto habría servido para que cualquier hombre se sintiese superado por la situación. Pero aquel era, no había reparado hasta ese mismo instante, Lil, amigo de la infancia con el que tuve muy buena relación hasta que hizo pública su homosexualidad, momento a partir del cual desechó sus antiguas amistades por unas que él consideraba más "a su altura creativa". El mayor atributo de Lil, inherente a la capacidad para mostrar el rabo en cualquier fiesta, era un temible desparpajo. Y ni corto ni perezoso, le arreó un puñetazo a Tupemaca en la nariz que la derribó al suelo, respondiendo al cerdo anterior con un "tu padre, so perra" y abandonando la sala con la cabeza exageradamente alta.

Mi queridísima esposa se compadeció de la derribada, supongo que más por la curiosidad que le despertaba haberla visto hablar conmigo que por un sentido de humanidad. La pobre niña sangraba como un volcán. Era bastante espectacular. Yo ni siquiera me acerqué, conformándome con la humilde y limitada posición del espectador que ha apostado el sueldo de un mes al resultado del encuentro.

La ayudó a levantarse. Tupemaca, sin mediar palabra, la miró con una cara de odio que maquilló al instante con una sonrisa. Y con un sencillo y aparentemente tímido gracias se dejó acompañar al baño.

En el momento que hubieron abandonado la estancia, el silencio que se había formado repentinamente apenas un minuto antes se cambió en un suave rugido de comentarios. Y tras unos segundos yo era el claro centro de atención, al ser la persona más próxima a la salvadora y la última que había sido vista con la socorrida. Como no quería dar demasiadas explicaciones inventé una rápida y fantasiosa en extremo, lo suficiente resultona como para que se propagase sola, dejándome de nuevo tranquilo. "La chica del volcán nasal era un transexual que había mantenido relaciones con Lil, y confundiendo a mi esposa con un rival dotado de miembro, fue a pedir explicaciones. Ya sabéis como son los travelos, chicos, demasiado fogosos".

Funcionó. Aunque el "ya sabéis como son los travelos" hizo que mis palabras fuesen interpretadas en dirección a un círculo amoroso que nos incluía a mí y a mi esposa de forma activa. De todos modos no le di importancia. Despreciaba a la mayoría de asistentes, salvo un par de personas, con las que tenía la mayor confianza.

Una de ellas era mi propio hermano, que no veía por ninguna parte. El otro era el organizador de la fiesta, Charly Sesgado, que celebraba como "en los viejos tiempos universitarios" que por fin la gasolina había bajado de los dos euros el litro. Charly era propietario de una empresa de transporte y le gustaba celebrar cualquier cosa, con la condición de que la fiesta tuviese algún estilo extravagante. El día en que publicaron mi tercer libro decidió que lo celebraríamos al estilo de los 60. Como consecuencia 6 tíos acabamos gritando de terror en una habitación por motivo de unos curiosos mamíferos armados con motosierras y un séptimo se tiró por la ventana y se rompió el brazo. El séptimo era charly, que luego aseguraría que se tiró voluntariamente para darle más realismo al colocón: "en todo colocón épico hay un tío que se tira por la ventana".

-¡Charly!
-¡Qué hay tío! ¿Te gusta la fiesta?
-Hombre, algo descafeinada...
-¡Salvo por el rollo del travelo! Menuda hostia le metió el Lil. Y eso que es maricón. Pero tienes razón, debí haber pensado que una fiesta al viejo estilo universitario sin universitarios no iba a tener alma. ¿Se te ocurre algo para arreglarlo? ¡Un momento! ¡Tengo una idea! ¿Por qué no llamamos a unos universitarios de verdad? ¡¡¡NO, NO, NO!!! Mejor aún. ¡A universitarias calentorras! Seguro que anuncian de esas cosas en internet. Tiene que haber algo así fijo.
-Ya, Charly, pero seguramente sean solo prostitutas, y te saldrá muy caro...
-Bueno, preguntaré, si tienen clases de interpretación me sirven aunque no sean de verdad. Y aún así, tío, piensa la de universitarias que se pagan sus cosas haciendo de guarra de lujo por la noche. Un huevo de ellas, tío, que Zara hace mucho que dejó de ser barato. ¡Fijo que son de verdad! ¡Fijo, fijo, fijo, jajajajaja! ¡Y por el precio no te preocupes! ¡Que con el precio de la gasofa a la baja mis márgenes subirán un huevo! ¡Ya lo verás!
-Tienes razón, jajajaja.
-¿Verdad? Tío, te noto triste ¿Qué coño te pasa? Esto es una puta fiesta universitaria. ¿Alguna vez estuviste triste en la universidad? ¡Pero si eras la puta alegría de la fiesta! ¡Eras el puto amo! ¡El terror de las nenas! Y mírate ahora. Te dije que no te casases. Esa zorra acabará contigo, ¿Te lo dije o no te lo dije?
-De hecho me preguntaste como 20 veces que cuando la iba a dejar. Pero por tu cara pensé que estaba relacionado con eso que dijiste unas 200. Que estaba buenísima.
-Jajajajaja, bueno, ya me conoces. Siempre he sido un poco bocazas. Pero perro ladrador... ya sabes. Por cierto, tu mujer vuelve con el travelo. Creo que deberías acercarte y arreglar las cosas. Lo del trío me ha parecido una buena idea. Seguro que salva tu matrimonio. Bueno, voy a buscar lo de las universitarias. Ya me comentas después.
-Sí, claro, un abrazo.

Sobra decir que Charly era muy conversador y muy poco observador. Las que habían vuelto no eran ni mi mujer ni el travelo, sino una chica negra y una rubia con el pelo rapado con pinta de haber consumido éxtasis.

Pero la situación empezaba a ser extraña. Las mujeres sienten una atracción natural por los baños. Pero ya llevaban más de diez minutos. Fuese mucho o poco tiempo, me aburría, así que me dirigí hacia la habitación matrimonial donde habían entrado. Me las encontré de frente nada más cruzar la puerta.

-Hola, Tupemaca ¿Has visto a mi esposa por ahí?
-¿Por qué este cretino te llama Tupemaca?
-No lo sé, será un borracho. De todos modos, es un borracho muy guapo, ¿No crees?
-Va, del montón- contestó mi esposa, mientras yo callaba volviendo a mi posición de espectador, observando a las mujeres, verdaderas profesionales del engaño -Yo desde luego no pasaría con él más de cinco minutos. Tiene pinta de ser un tipo aburrido.
-Pues yo le echaba un buen polvo. Tiene cara de tigre.
-No, creéme, no lo es. De hecho, me da la sensación de que la tiene bastante pequeñita-mi mujer acompañó este gesto con una sonrisa maliciosa y un guiño de ojo, pero yo ya había decidido que no le dirigiría la palabra en toda la noche
-Bueno, pues yo pienso comprobarlo por mi misma. Ahí te quedas, bollera asquerosa. Además de vieja eres aburrida.

Y antes de que pudiese siquiera poner cara de sorpresa, la empujó haciéndola casi caer hacia el salón y cerró la puerta. Nos quedamos solos en el dormitorio. Por supuesto, a mi todo aquello ya me había parecido demasiado. Estaba cansado de todo aquel esperpento, y sólo deseaba coger a mi esposa de la mano y llevármela a casa. Pero la niña tenía esa mezcla de mala sangre e ingenio que tantos cuerpos llevó a la hoguera en siglos pasados. Y con un movimiento de muñeca trabó el picaporte. Vi como alguien lo movía desde el otro lado. Intenté hacer lo mismo, pero no pude hacer nada. Estaba atrapado con ese monstruito veinteañero en una habitación, con mi mujer y una fiesta repleta de chismosos al otro lado.

(CONTINUARÁ MAÑANA)

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