Aviones cruzan el cielo, tarde de otoño
las hojas flotan rumbo al suelo
el dorado del sol traza líneas tras tus ojos
nuestro pelo vuela, baila uno con otro
lágrimas resbalan como escoltando un sentimiento
un lamento atrincherado tras dos gargantas resecas
talladas sobre cobre, resto del verano muerto.
El sonido de tu voz se quiebra, seco
como una rama del abeto que sobre tu espalda descansa
y las olas a lo lejos siguen su murmullo
arrullo sosegado que susurrando calla
las gaviotas en el cielo juegan con el fuego
mientras el fuego juega contra las nubes blancas.
Mientras el sueño, cobarde, se escapa.
Mis párpados se abrazan entrelazando pestañas
y la tarde se hace noche con una luna de plata*
oigo voces, que quizás antes no estaban
cógela y huye, escapa! Escapa!
No me detiene ninguna puerta cerrada
quizás pueda robarte y guardarte en la solapa
llevarte donde yo voy, y tu no dirías nada.
Navegaríamos suicidas el aire entre las cornisas
al borde de un abismo cinturón de corazones
invisibles, entre tantos turistas
volveríamos nuestras heridas canciones
sobre ese salto hacia delante, último instante
cuando paralizados veíamos llegar el hierro
sobre raíles de te quiero. Te quiero. Te quiero.
Abro los ojos, hojas colisionan aviones
y nubes ahogan de grises el techo de mis anhelos
con complicidad y ternura un dorado se filtra y dibuja
un reguero de arena sobre la cara del viento
como el rastro del amor en el recuerdo
con un hormigueo sutil, casual y placentero
la felicidad, fugitiva, me acaricia entre los dedos.
Hace 20 horas
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