El dolor se queda en la puerta mientras
yo le tiendo la mano penitente tratando
de invitarle a mi morada. Hace mucho que
la soledad resbala negra sobre mis paredes
blancas. Y que la luz se apaga intermitente.
Bajo mi cama la trampilla de la muerte acorrala
los círculos de mis botas ya desnudas del barro
de su falda. Y aunque yo no dejo de mirarla,
ella me muestra la anchura de su espalda ignorando
impasible la humildad de mi ventana, esqueleto
acristalado entre tablones arrancados de su bosque.
Y el dolor no pasa, como sabiendo que su espera
deja mis pulmones huérfanos del aire que desciende
desde la rencorosa altura de la montaña indiferente.
(Escena de la película El Bosque. Si no la habéis visto, entended que ella es ciega)
Hace 16 horas
Sólo un garabato ¡Deja otro!:
No me tomes a mal la ofensa que voy a perpetrar contra este poema.
Achaca mis demencias a que últimamente he desarrollado una teoría que parece me susurra al oido, como un duendecillo malo, que en la poesía los adjetivos sobran. Están de más, no son útiles y tan solo confunden o evaden al lector de la idea. Intentan introducir un matiz que al final termina por destruir todos los demás matices de la palabra que matiza. No es tan lioso como parece, soy yo el que me he hecho un lío. Creo que en su lugar, si no son estrictamente necesarios y vitales, deben ser sustituidos por sustantivos o adverbios, o adjetivos solitarios sustantivados. Pero nunca la fórmula sustantivo+adjetivo.
Te he mandado al correo de este blog mi atrocidad.
Perdoname si te molesto.
Publicar un comentario